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 Asunto: Amarga Virginidad (para recordar)
NotaPublicado: 29 Nov 2012 05:12 
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Registrado: 09 Jun 2011 18:36
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En estos días que sufro tratando de armar un cuento en honor a mi padre recientemente fallecido, les traigo nuevamente este cuento que causó furor entre mis lectores de [i]El Heraldo...[/i]


Soy Virginia, una mujer de treinta años aún virgen, pero no por convicción, fortaleza moral o creencia religiosa, sino por simple mala suerte o porque tal vez soy víctima de alguna potente maldición; que bien querría yo que a estas alturas la potencia de la pasión hubiera penetrado en mi vida, dándome a conocer aquello que ha enloquecido a mis amigas y ha ocasionado la superpoblación del mundo. Ahora estoy en casa, esperando a mi prima Mary; Mary Camacho. Vendrá, con su amigo Johnny, a socorrerme; me lo describió como un extranjero grande y rudo.
No dejo de evocar las veces que estuve al borde de perder la virginidad. A los quince años tuve la oportunidad con Adán, mi primer novio, dos años mayor que yo e hijo del panadero de la esquina. Fue una noche en la que mis padres salieron al cine y yo quedé sola. Adán se percató y, muy avispado, tocó a la puerta. Al abrirle, el corazón empezó a latirme a mil por segundos y mi intimidad a humedecerse. Bastó mirarnos a los ojos para comprender lo que ansiábamos. Allí mismo, en la sala, nos desnudamos y tiramos con premura al piso para arrebatarle al tiempo el máximo placer. Así perdí la virtud oral pero, cuando se aprestaba a poseerme, la puerta se abrió de pronto y en el marco se dibujaron mis padres. Después supe que hubo un corto circuito en el teatro y se canceló la función. Mi papá, furioso, tomó del cabello a mi novio y lo apartó lejos; luego me abofeteó. Adán aprovechó un descuido y huyó, desnudo y aterrorizado. Papá, iracundo, formó minutos después un escándalo en la casa del panadero y acordaron llevarme al médico a la mañana siguiente; de comprobarse algún daño irreparable, habría una boda de urgencia en el vecindario y muchos panes por repartir. Para mí fue vergonzoso pues todo el barrio se enteró del incidente y de nada valió que mi prueba de honra saliera airosa para evitar las miradas de reproches. El panadero, posteriormente, vendió el negocio y se fue de la ciudad con su familia y nunca volvimos a verlos.
Al año siguiente conocí en la escuela a René, un muchacho guapísimo. Era nuevo y captó de inmediato la atención de todas las estudiantes, pero la afortunada fui yo. Nos hicimos amigos y en poco tiempo, novios. Me enamoré como una tonta. Era alto y musculoso. Cuando me abrazaba, amenazaba con desbaratarme y, de paso, deshidratarme pues, para ser sincera, deseaba con desespero que me invitara pronto a un motel. Reunía las cualidades necesarias para transportarme al firmamento. Pasado un mes se cumplió el sueño. Estábamos en un parque y las caricias subieron de tono y los quejidos se tornaron tan intensos que, sin decirnos nada, nos levantamos y corrimos a tomar un taxi. En la habitación, todo empezó de maravilla; sus caricias fueron muy profundas, era un experto manejando la lengua y poco faltó para que las ansias me hicieran flotar sobre mis jugos internos. Entonces llegó el momento cumbre. De reojo aprecié su virilidad y no niego que sentí un poco de temor, ¡que inmensidad!, pero al instante lo deseché y las ganas se duplicaron. René se dispuso acometerme, pero en la boca del horno se le quemó el pan. Lo escuché maldecir y sentí un gorgoteo espeso y caliente cayendo sobre los muslos y pubis. Se tapó la cara, avergonzado, y prometió que en el segundo round me noquearía; pero ni en el segundo, ni en el tercero, ni en ninguno. En todos, mis sueños de placer se transformaron en pesadillas. Salí del hotel frustrada, malhumorada y virgen todavía. No quise volver a verlo.
Llegó la universidad y con ella mi definitiva oportunidad para ser una mujer completa. Allí si había hombres adultos y grandes. Fue cuando conocí a Juan, —‘Juancho’— un cantante de treinta años muy asediado y rodeado de mujeres a todas horas. Nos presentaron y quedó tan impresionado conmigo que me dedicó una canción a viva voz delante de todos los presentes. Eso me flechó al instante pues yo suponía que el romanticismo era ya cosa del pasado. Una semana después llevó a mi casa una serenata a medianoche, y a la semana siguiente me llevó a la suya en el mediodía. A estas alturas reconozco que hacer el amor me había obsesionado, era la única de mis amigas sin disfrutarlo aún, pero también me había enamorado profundamente de ‘Juancho’; sus detalles me llevaron a la adolescencia. Vivía solo en un apartamento de su propiedad. Empezamos a tomar tragos, él no dejaba de cantarme hermosas y románticas canciones, y de regalarme flores; pero mi mente solo pensaba en hacer aquello, así que le confesé lo de mi virginidad y se emocionó; nunca había desflorado a una mujer. Entonces, sin tiempo que perder, me llevó en brazos a su cuarto. En el trayecto se escuchaban latidos acelerados y respiraciones agitadas más yo ignoraba si pertenecían a él, a mí, o a ambos. Me acostó en la cama y me puso a punto, aunque yo me encontraba así de antemano. Luego empuñó su pájaro, pero… no le cantó. Ni pío. No se endurecía. Angustiado me pidió ayuda y le presté toda la necesaria pero ni así logró funcionar. Me marché de su casa furiosa y con la mandíbula hecha papillas en vano. Nunca más le hablé; aunque de todas maneras a los pocos días se retiró de la institución, suponiendo que yo les contaría la historia a mis amigas, ¿pero cómo se le podía ocurrir? ¿Sólo a mis amigas? ¡A todo el mundo, por iniciador irresponsable!
Pasaron un par de años y me olvidé de todo, dedicándome con esmero a mis estudios. Los hombres los había dejado de lado momentáneamente, pues ya eran suficientes las decepciones recibidas. Por lo pronto mitigaba mis ansias a solas, tanto, que me convertí en una experta, parecía una enfermiza, pero eso bastaba para tranquilizarme; eso sí, evitando siempre un accidente que provocara que yo misma me mancillara.
Entonces a mis veintitrés abriles llegó el señor José. Un cincuentón adinerado, casado, que me conquistó con costosos regalos. A pesar de su edad no estaba nada mal, era atlético, muy elegante y hacía gala de un extraordinario don de mando que me derretía. Me ilusioné pues, aparte de lo buen mozo que estaba, me podría ser de gran ayuda económica. La veteranía del señor José no le permitió andarse con rodeos y solo a los tres días de conocernos ya me tenía a su entera disposición en el lecho de un lujoso motel. El tipo se desvistió y de su entrepierna pendió una larga flacidez muy preocupante, temí que se repitiera lo del cantante de pacotilla; pero buscó algo en su cartera y entró al baño, al salir me rogó concederle unos veinte minutos y a cambio me llevaría por horas al cielo; y por supuesto que accedí. Se acostó a mi lado y empezó a acariciarme con lentitud, magistralmente. El tiempo transcurrió y yo mantuve mis sensaciones un poco distantes para no repetir las amargas experiencias anteriores; sin embargo, noté con disimulo que él iba adquiriendo paulatinamente una fortaleza impresionante, no faltó mucho para exhibiera con orgullo un brillante mastodonte que el solo mirarlo me humedeció hasta el alma. Ahora si —pensé—, llegó mi hora. El señor José se me subió y yo me explayé esperándolo ansiosa, sentí su cabeza inferior rozar mis labios inferiores y cerré los ojos con placer; de pronto lo escuché suspirar. Abrí los parpados espantada, no soportaría a otro precoz, no otro gallo René; pero fue peor: el tipo se desvaneció sobre mi cuerpo y por más que lo intenté no pude librarme de su peso. Me tocó pedir auxilio a gritos. Los administradores abrieron e ingresaron presurosos a la habitación, yo me moría de la vergüenza. Lo apartaron de mí y comprobaron, estupefactos, que estaba muerto; un ataque al corazón se lo llevó segundos antes de ingresar en mi vida, el que subió al cielo fue él.
Hastiada, me dije que de ahí en adelante me cuidaría al extremo de volver a pasar por una situación sexual decepcionante, por lo que un par de años después, cuando, dispuesta a no perder las esperanzas decidí darme una última oportunidad por Internet, estuve muy atenta. Luego de conocer a varios pretendientes virtuales y manifestarles mis intenciones de anhelar ser deshonrada con urgencia, los hice llenar un riguroso cuestionario midiendo sus reales capacidades sexuales, aunque fueran teóricas. Y quien reunió todos los requisitos fue Jorge. Un tipo que se definió como un enfermizo escritor de temas eróticos, cuya prometedora auto carta de presentación era que mujer que tocaba la hacía llorar, dada su dotación. Me ilusioné, púes ese era mi mayor deseo, que me hicieran mucho daño. Su foto no se quedaba para nada atrás, revelaba un rostro macizo, cabello abundante rubio, una mirada dura, bigotes, barbas, y un fornido cuerpo nada despreciable. Sin tiempo que perder, nos citamos en mi casa. Estaba ansiosa pero igual a la expectativa, pues conocía muchas historias de personas que en su afán por conquistar parejas colocaban en sus perfiles fotos ajenas. El tipo llegó a mi vivienda y se identificó, fue la primera satisfacción del encuentro: en efecto se trataba del mismo de la foto, es más, mejorado. Enseguida un intenso deseo empapó mis muslos. Lo halé a la cama con premura, si preámbulos, temía que algo fortuito pasara antes de que me amara, tal como un temblor, un huracán, o quién sabe si hasta se acababa el mundo como tanto había escuchado que pasaría. Jorge demostró al acostarme, completamente desnuda, que no mentía sobre sus excelsas cualidades, tan diestro era que sus solas caricias me dejaron al borde del éxtasis, de la locura. Entonces se dispuso a otorgarme el plato fuerte: la penetración. Yo estaba que explotaba. Para hacer más divertido el asunto, Jorge me ató a la cama, vendó mis ojos y escribió en mi torso con un pintalabios, ¡qué emoción! Así fui encontrada por mamá cuando llegó del trabajo horas más tarde. El supuesto Jorge nos vació la casa y marcó en mi pecho una constancia de que no le gustaban las mujeres. ¡Qué oso!
Por todas estas razones tiré la toalla y acepté, resignada, la invitación de mi prima. Mary Camacho siempre ha estado enamorada de mí, la apodan ‘Marimacho’. Me ha hablado bien de su amigo Johnny, dice que es único; se lo hizo por Internet. Compré un par de botellas de vino y esperé impaciente. Su llegada aceleró mis pulsaciones. Abrí la puerta, y al verla con las manos vacías, la inquirí, preocupada:
— ¿Y Johnny?
Ella se tapó el rostro y empezó a sollozar, luego agregó acongojada:
—Me atracaron en la esquina y se llevaron el bolso, y ¡¡Adentro iba Johnny!!

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 Asunto: Re: Amarga Virginidad (para recordar)
NotaPublicado: 29 Nov 2012 16:43 
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Registrado: 01 May 2011 01:51
Mensajes: 1382
Ubicación: neza de mis amores
jajjaajaj...



que buen homenaje, carnal, me alegro que estemos en circulación... las penas solo el viento de los tiempos la disipan, pero nuestros recuerdos nunca.

una vez mas me hizo reír el buen Johnny... deja reviso la bolsa de mi esposa!!


mario a.

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escribo y punto.



http://salypimientayyo.blogspot.mx/


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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com