La región donde vivo, en Colombia, se ha visto sacudida estos últimos días por una repentina oleada de suicidios y la comunidad se encuentra alarmada. Ya van ocho. Al parecer sin una gran justificación pues ninguno dejó una carta dando una explicación, tal como lo hacían los antiguos románticos suicidas.
Siete lo perpetraron colgando sus gargantas de maderos altos. Uno con un arma de fuego.
Siete fueron hombres y solo una mujer, lo que continúa demostrando que ellas ya dejaron de ser el sexo débil.
En total son veintiocho en lo que va del año.
Respeto las fatales decisiones que tomaron estos infelices pero no las comparto. En el mundo existen tantos enfermos terminales que darían lo que fueran por mantenerse entre los vivos y en cambio otros que si gozan de salud prefieren irse al otro lado a voluntad.

Enterarme de estos casos hizo que recordara algunos de los peores momentos de mi vida y analicé si en uno de ellos manejé tal posibilidad.
1. Me separé de mi primera esposa luego de estar juntos dieciocho años. Me dio muy duro, durísimo, pero no, no para matarme. Al cabo de dos meses yo estaba otra vez profundamente enamorado. El desamor no debe inducir a nadie a quitarse la vida, siempre habrá otra persona dispuesta a darnos su amor y a recibir el nuestro.

2. Cuando joven, con una niña de dos años y mi esposa en embarazo, fui despedido de mi primer empleo porque me encontraron con una lata de cerveza en las manos (las coleccionaba). A pesar de que una posterior prueba de alcoholemia demostró que no tomé un solo centímetro de alcohol, nada impidió mi salida. No demandé pues fui recomendado en ese puesto por un tío quien aún se mantenía dentro de la empresa y no quise perjudicarlo. Los siguientes meses fueron los más terribles de mi vida, pero logré salir a flote como vendedor de utensilios de cocina, puerta a puerta, algo que me señaló positivamente el camino pues posteriormente me dediqué en firme a las ventas empresariales. Esto demuestra que por muy oscuro que visualicemos el horizonte, siempre habrá una luz aguardándonos al final del túnel.

3. Hace un año tuve una contrariedad con mi hija mayor, ya casada, y nos peleamos por primera vez en la vida. Para mi fue un golpe muy duro y estuve tentado de marcharme de la ciudad, resentido. Poco después me llamó pidiendo perdón y arreglamos las cosas. Por ello insisto, eso de quitarse la vida no va conmigo. Te lloran por un tiempo, luego les llega la resignación y el olvido; y tú en el buche de los gusanos.

Aunque en mi barrio se dio un suicidio que despertó mi comprensión. Lo cometió un hombre de treinta y cinco años a quien la mujer le puso los cuernos. A primera vista parece que se trató solo de falta de fuerza de voluntad de uno más. Pero a mis oídos llegaron las posibles razones. Su matrimonio marchaba a las mil maravillas, tenían una preciosa hija, automovil y una próspera tienda de la cual derivaban su sustento y más. Pero el tipo, mucho tiempo atrás, sufrió un accidente casero que lo mantuvo en silla de ruedas por espacio de un par de años, y de la cual se libró luego de realizarse una operación que implicó un mediano riesgo de sufrir un terrible efecto colateral, y que él aceptó en aras de volver a caminar, y era nada menos que quedar impotente, lo que al final, lastimosamente, ocurrió. La esposa se mantuvo a su lado fiel durante su tiempo en silla de ruedas, pero no soportó mucho luego de la cirugía.
Paz en la tumba de estos veintiocho desdichados.

Veintiocho en lo que va de año y ocho en los últimos días, me parece fuera de lo normal. Y además siete ahorcamientos, uno por arma de fuego. No es lo mismo.

El ahorcamiento suele ser un medio rural de suicidarse. Cada lugar tiene su posibilidad y su método: donde hay un precipicio, o edificios altos, o mar, o río, la gente si tira. Igualmente si hay ferrocarril. Lo del arma de fuego está limitado a las posibilidades; cosa de militares, policías y gente que tiene acceso a ellas. Y donde no hay nada, el ahorcamiento o el veneno.

La Psiquiatría considera el suicidio, en sí mismo, como un estado de enfermedad. Yo no estoy tan seguro. El suicidio por desesperación, por infidelidades, por desamor, por algo que momentáneamente desmonta al individuo, es debido a un estado de locura transitorio. Eso sí, el suicidio por depresión es una enfermedad. Pero hay personas que se suicidan como consecuencia de una reflexión bastante sensata y, si el medio es proporcional, creo que lo comprendo. Para mí el único motivo razonable de suicidio es el que se comete en el curso de una enfermedad sin solución, para abreviar el padecimiendo, sabiendo que lo que se pierde son sólo unas semanas o meses de una vida totalmente insoportable. O sea, el que evita con seguridad un mal mayor. También, por ejemplo, comprendo el suicidio de Hitler o el de Göering in extremis.

Esos suicidios con lejía, salfumán y cosas por el estilo, que ocasionan gran sufrimiento, dicen los psiquiatras que son a modo de venganzas... ¡Menuda venganza!, los otros tan tranquilos y el "vengativo", rabiando hasta la muerte. Incluso si no se mueren quedan secuelas terribles. Son enfermos. Pero unas pastillitas en un enfermo terminal que está harto de sufir, yo lo comprendo y hasta lo veo bien.

Hay sectas y corrientes pseudofilosóficas que hacen apología del suicidio y embaucan a personas de mente bastante extraviada. Creo que las autoridades han de investigarlo, seguramente lo están haciendo. No creo que la crisis afecte hasta ese punto, aunque seguro que tendrá alguna incidencia.

Por si acaso, Antony, no hables con extraños

¡Caray, Antony! Sí que no es normal la media de suicidios.

Creo que esto pasó en Suecia en los años 90 y no se supo la razón. Es como el suicidio de las ballenas en las playas, ilógico pero que ocurre.

Pienso, como Fernando, que en la agonía interminable de algunas enfermedades terminales, el suicidio está más que justificado.

Pero he visto algún suicidio donde el deseo de la muerte no era para terminar con el sufrimiento (físico o mental) sino por dejar de interesar la vida,con la convicción de que no hay en ella nada que pueda merecer la pena, que dé satisfacción. Como un encogerse de hombros ante ella. Sin que haya habido penas de amor, ausencia de personas queridas, quiebra económica o acontecimientos "mayores". Este tipo de suicidio, llamésmole, "intelectual" es el que más estupor me produce porque llega a través de un razonamiento lógico (para el suicida, por supuesto) de tal forma que siempre es una sorpresa para los que los rodean. Normalmente, cuando esto ocurre el hombre se suicida lentamente, deja de vivir con lo que ello significa: dejar de emocionarse, de planear metas, de amar, de sentir satisfacción por esas cosas que llenan, de leer, de...vivir; pero de forma física y rápida quitarse la vida...a muy pocos he visto.

Nunca se me pasó por la cabeza el suicidio, de hecho peleo y he peleado siempre por la vida (entendiendo por pelea intentar llevar una que esté más acorde con lo que, en cada etapa, quieres de ella; se consiga o no) y, creo, que en el fondo no es una cuestión de valentía o cobardía, sino de fé en tus posibilidades de futuro, (que no tiene nada que ver con la edad ni con la realidad) sí, con tu proyección hacia ese futuro, es decir, con las ilusiones que puedas tener.

La vida es lo único que conozco, y cambia tan rapidamente en un vaivén de arriba a abajo, que no le tengo miedo por conocida (a una etapa mala vendrá otra mejor); pero la no vida, la nada, sí me da miedo sólo pensar en ella. Estás acostumbrada a sentir, a pensar, a emocionarte...a vivir y no puedo imaginar la ausencia de todo ello.