La historia había transcurrido a lo largo del tiempo con tintes heroicos sublimes, epopeyas llenas de arrojo y valentía, romances inolvidables; quedarían ahora terminando al imprimir la última frase: Fin Un final cerrado, un círculo perfecto, redondo. Del cual el experimentado escritor no dejo nada afuera, todo lo resolvió con la mucha práctica de años. Muchas lecturas, ingeniosos ensayos. Más en la orilla del blanco papel, le pareció ver algo minúsculo que se movía apenas perceptible. Marxx se ajustó los anteojos de doble graduación, para ver mejor. Al apuntar a esa dirección se quedó un instante inmóvil. Se descolgó las gafas, soplo sobre la superficie de las micas, con el pañuelo limpio el vaho. Se las volvió a colocar delante de sus ojos.
Concentrado, agacho su sentido hacia aquel raro punto por debajo de las tres letras manuscritas, que terminaba la obra abierta: Fin
A la derecha, muy cerca del último número de pie de hoja. Una criatura yacía postrada. No se trataba de una mancha de tinta o un carácter de imprenta abandonado por error. Porque además, como ya había dicho antes, se balanceaba sobre sí mismo. Con los brazos puestos sobre sus piernas… ¿se trataba de un humano ese punto? Que ahora lo examinaba con más cuidado Marxx… Escritor desde hace muchos años, poseía una magnifica imaginación: simple y sencilla. Carecía de la suerte de sus congéneres; opacado, gris y pobre como tenían que ser los auténticos escribientes. Aunque claro, debía de haber quienes tienen más y quien tiene menos, esa rara enfermedad de escribir y nunca curarse. El caso es que miraba extasiado esa asombrosa visión humanoide, distinguiendo ya mejor, se daba cuenta que es una mujer. Sus cabellos agitados, ojos melancólicos, boca cerrada en una línea de mutismo y misterio. Vestido largo, azul con cintillas carmesí a los costados; calzado pequeño. Inmutable parecía extraviada en pensamientos aniquilados. ¿Quién puede decir que hace allí abajo? Inusual escena, todo ocurría en un momento a luz del foco, en ese cuarto desvalijado. Morada del cuentista, noches seguidas de vigilias, nunca satisfechas ni el hambre ni la sed. De arrastrar por las mañanas sus pies cansados, sumergirse en el metro, camión y redes. Tropezando por la gran ciudad que lo devora, engulle en una sola dentada para después vomitarlo de nuevo, en una rueda que nunca termina. ¿O era el hambre o era el sueño? Pero pendiente abajo, en la última página a un lado del fin estaba una minúscula mujer.
Permanecía en su silencioso vaivén, acompasado casi fetal sin hacer otra cosa. Marxx exhalo aire ruidosamente, en todo ese tiempo de llenar hojas con enormes cantidades de letras, nunca había pasado por estas cosas… en las más de ochenta páginas que terminaba de concluir la historia, una historia que más o menos recuerda, siete personajes principales: Antonio, el cazador, Andrés, el patrón, la joven Dorotea, hija de Antonio, Sandra esposa de Antonio, Ulises el agazapado policía y del barrio y Josesita la novia del cazador, que a resultadas cuentas eran amantes… El conflicto sencillo, amoríos, infidelidades recurrentes, desamores a destiempo, encuentros fugaces, en lugares comunes. Contada con la urgencia de denunciar lo monstruoso que son los centros comerciales a las orillas de las ciudades jodidas. Peores que dragones volando la miseria del hombre, colores, gritos y los cantos de “no vencerán”, extinto ya en la actualidad. Si, panfletaria en los rincones, pero morbosa en cuanto estilo encubierto. Buena convincente, condicional las costumbres que todos tenemos en cada época de las edades. Con pequeños saltos metafóricos y una que otra licencia otorgada desde la muy peculiar visión de Marxx… sin duda una más del montón, allá donde se acumulan amarillentas, tantas historias torcidas, se hacían viejas en libretas y cuadernos garabateados.
¿Y entonces esta mujercita? Con sumo cuidado, auxiliado de la pluma fuente, empujo delicadamente a la mujercita… Esta se defendió con celeridad, rechazaba el ataque, con los pies. -¿pero qué haces? – se volvió a Marxx , cada vez más extasiado de lo que ocurría dentro de su cuarto rentado, en esa casa de algún pariente lejano.
-¿Quién eres…? Inclino la cabeza un tanto más para escucharla mejor su dulce vocecilla. -¿Por qué me hieres con ese objeto? ¿Por qué me molestas así? -¿Quién eres tú, dime de dónde vienes? - Tu invento… quien más, tú me creaste. -… ¿Eres acaso Sandra, la mujer de Antonio? ¿Dorotea la hija? ¿Josesita la amiga “buena”? - no, ninguna de esas mujeres soy. ¡Y escúchame, escúchame bien! Me alegro de no ser ellas, son patéticas, sin brillo, sin criterio igual que toda la mayoría. Entre esos estoy también. ¿No me recuerdas verdad?- Observaba con detenimiento la mujercita al escritor.
-Honestamente no…- Repitió Marxx mecánicamente, que en la locura completa de las ensoñaciones. Irrealidades, pues conversaba con una hoja de papel, que cualquiera podía percatarse. Pero no él, que veía a una bella mujer levantando los brazos, sus razones, sus palabras.
-Siempre pasa eso, siempre término enfadada, triste, tú me ignoras irremediablemente. Eres tan despiadado que hoy ya no quise fingir. Ocultar mi desgracia, para mí ya no es importante, por eso me ves, por eso estoy justo debajo de esas tres letras negras, que marcan otra vez mi fin. Otras veces igual lloro, me olvido, con la esperanza de cunado lo intentes de nuevo, al escribir merezca, tal vez, una línea que me arranque del anonimato donde me refugias. Táchame, toma la pluma y borreteame, hasta desaparecer, hasta no dejar rastro de mi existencia… querido creador. Marxx solo mueve la cabeza en desaprobación de las palabras de la rebelde mujercita.- No entiendo nada- se lleva las manos a la frente, con violencia mece sus raídos cabellos, talla los ojos como deseando despertar de extraño sueño. -¿Cómo te llamas?- pregunto al punto en forma de mujer.
-No tengo nombre, aunque me has llamado Regina, Cecilia, cualquier otro… cuando pones juntas esas tres letras, se pierde mi memoria. ¡Hazlo, táchame cuantas veces sea necesario, destrúyeme con la brevedad con la que vivo, quince o veinte días, lo que tardas en redactar estas historias tuyas!
-¿Dices que yo invente tu persona? Y críticas mi proceder, alzando tus quejas contra mía ¿Así defiendes el supuesto yugo del cual te tengo? Bien puedes fugarte de mis ideas, marcharte a otras islas. ¿Quién eras? - una de tantas que se cruzan en el camino del cazador, que no le interesa, porque él, ya tiene un capricho que perseguir con otra mujer insatisfecha, al pasar la página, no vuelves a mí. Me condenas a vivir virgen eterna, pues nunca tuve la oportunidad de sentir lo de la esposa, lo de Josesita, o el pobre escarceo de Dorotea con el policía, después de ser descubierta en el carro del patrón. Nunca una caricia, un beso, un roce que indicara que estaba viva, que por dentro la llama de un fuego me consume. Toda la historia que escribes, se resume en una sola cosa, la pasión, el delirio. Unos brazos que te aprisionan, una boca que sube poco a poco por los pies a tu locura… Un zumo que escurre en nuestros sentidos, que se embarra en cada movimiento al unísono de candencias y sonidos producto de las fiebres que siempre acompañas, en tus líneas, esas líneas que dibujas, que envileces tiernamente… yo solo espectadora, de tus letras malhechas. Ni una sola vez, ni una siquiera… Oscuras intenciones de sucumbir entre los vértices equivocados, revolcados en sangre y lodo, ensuciando la pulcritud de estos cuadernos. - Ironías, estamos igual- Torció Marxx, le mostro un pañuelo sucio, tieso… de tantos humores recogidos. Lo paseo delante de la cara de la mujercita, y después lo deposito otra vez debajo del colchón. –De existir una goma gigante, borraría también mi vida. Solo fantaseo con mis carencias, sufro abandono y soledad. Me refugio en la penumbra del morbo, del sexo gratificante de unos segundos… también soy un anónimo.
La mujercita, al notar como se derrumbaba su dios, se desprendió del vestido. Acerco su cuerpo desnudo, al semblante perdido de Marxx.
-Yo te daré lo único mío.
Se arrancó el corazón, al momento el bolígrafo cayó al suelo. El fin ahora estaba cubierto de sangre. Marxx moría sin prisas, misteriosamente su mirada brillaba una lucecita de placer, de inmensa lujuria que por fin invadía sus venas vacías. Al final completo la copulación de los cuerpos la única historia donde solos dos actores era los personajes, ya no la escribió Marxx.
Fin.
16 de mayo 2016
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