Advierto al lector:
Amo poco la poesía. Y amo menos las líricas, las herméticas, las llorosas, las experimentales, las que solo son aplaudidas en un cenáculo exclusivo de poetas. No sé qué aplauden. Estoy junto a Gombrowicz en eso.
En una conferencia abierta frente a alumnos en Columbia (On writings de JLB) JLB defiende al soneto ante otras tendencias "nuevas". Modestamente me apoyo en eso para defender la poesía como forma del escribir.
La poesía, esa forma de ladrillitos apilados uno sobre otros-como gusta decir nuestro colega Sergio Urra- avisa al lector de qué viiene lo acaba de empezar a leer. Lo que viene-en la poesía que a mí me gusta- se basa más en imágenes que en acciones. Una abolición posible de los verbos. Dicho de otra manera: el nexo verbal entre imágenes queda a intervención y juicio del lector. Cualidad que bien querría un escritor de cuentos. Ahorrar texto sobre-entendible. Veamos Caperucita Roja:
[i]Apenas niña. La caperuza roja, la canasta para su abuela, el temor al bosque. El paso ligero y su candor de niña. De pronto el lobo, fauces hambrientas, pregunta aviesa: ¿a donde vas, Caperucita Roja?[/i]
El ejemplo es extremo. Hay más de un siglo de conocimiento de la historia de Caperucita y eso juega. Pero: ¿cuantos siglos de lenguaje y literatura anteceden a nuestros instintos, miedos y sentimientos? ¿Hay que, obligatoriamente, reeditarlos?
La forma preanuncia al lector. Nada mal. Un pase libre para su capacidad de sintetizar. Como ante un cuadro, una escultura o un video clip.
De nuevo tengo que admirar la sencillez de Borges hablando de su oficio. Él amaba los filmes. Seguramente por envidia. Esa seguidilla de imágenes, gestos y diálogos que explicaban una novela en menos de 90 minutos.
Un abrazo a todos.
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