Nos habíamos preparado para la gran competencia. Somos duendes literarios, criaturas nacidas con la maldición de poseer un sombrero del que brotan letras de modo incontenible.
Pero las letras manan toscas, como diamantes en bruto que hay que pulir y para ello acostumbramos a reunirnos y apoyarnos los unos a los otros para darles brillo, antes de soltarlas cualquier noche oscura y mirarlas volar al cielo como chispas de colores.
Estábamos a punto de iniciar la competencia, cada uno con sus mejores letras en el costal, cuando Panchito, uno de los duendes, saltó por encima de las mesas gritando: ¡sálvese quien pueda!.
—¡Es su diablito, otra vez! —exclamó una voz—. Se le ha escapado del cuento y está haciendo de las suyas. —Y agregó en un susurro: — tiene antecedentes literarios.
Aquello fue el inicio del desmán. Volaron mesas, teclados, piedras, resignaciones rebeldes, suspiros y bonitos eufemismos. Todos corríamos de un lugar a otro, tropezando, empujándonos, aporreándonos con frases hechas. ¡Zaz! ¡Pum! ¡Traz! ¡Poing! Hubo algunos que perdieron el sombrero y otros terminaron fracturados del orgullo.
—¡Tienen un mes para recoger sus letras y abandonar mi Nirvana! —sentenció el hada del lugar.
Nos miramos incrédulos. Allí nos sentíamos felices, entre epítetos e hipérboles, trabajando y alojando nuestras letras antes de su vuelo final.
Un abatido Panchito, sentado sobre un gigante signo de interrogación, los brazos caídos, nos dirigió unas palabras:
—Fue culpa de mi diablito, no hay modo de que salga sin consecuencias.
—Claro que fue su culpa —sonó una voz.
Debo confesar que muchos duendes no teníamos a donde ir y aquello representaba el fin.
—Son nuestras letras las que importan —nos aseguró Panchito—, no el lugar.
Y Panchito se dio a la tarea de construir un nuevo sitio para todos. Una aldea de intercambio. Yo te doy una coma, tú me regalas un sinónimo, él trae un hipérbaton, ella te quita una pizca de realidad y te ofrece una metáfora. En la bodega no nos surten de más aplausos de los necesarios, los pocos gramos de censura nadie sabe dónde quedaron y por todas partes hay fuentes de crítica constructiva y afecto.
En ese nuevo lugar Panchito no sólo nos alentó a dejar que las letras siguieran fluyendo, también nos hizo descubrir que algunas no necesitan pulido porque en su opacidad radica su belleza. Y de las otras se comenzó a encargar él y corta lo que les sobra y disimula lo que les falta. En poco tiempo teníamos nuestro propio Nirvana, al que habrían de llegar otros duendes de distintos lugares.
Sacar letras del sombrero es cosa fácil, lo difícil es acomodarlas de tal modo que expresen lo que hay en nuestras cabezas y no sólo lo habido en el sombrero, y Panchito consigue guiarnos de modo magistral. Fue una suerte que aquél día su diablito provocara un desastre porque ahora lo tenemos como mentor. Eso sí, no nos fiamos. Su diablito suele salirse del cuento y provocar uno que otro sobresalto. ¡Ah!, y ya no competimos, sino que hacemos fiesta cada vez que un duende consigue construir párrafos de los que vuelan y llegan completos a otras aldeas en las que son aclamados. También hacemos fiesta en fechas como hoy, 24 de Junio, día en el que tuvimos la suerte de que él naciera.
MORALEJA.
Si a tu diablito dejas escapar
Que sea sólo en día de celebrar
Ya que en fecha de competir
Mucho te puedes arrepentir.
Aunque no debemos olvidar
Que no hay mal sin bien por llegar.
Fernando, muchas felicidades.
He aquí este humilde regalillo, pero de todo corazón. No reune todos los requisitos de una fábula, ¡y mira a quién se me ocurre escribirle una fábula!, pero tiene toda la intención de dibujarte por lo menos una pequeña sonrisa, y como dice el texto, es un regalazo que hayas nacido y un honor tenerte como mentor.
Pásala en grande
Y recibe mil abrazos.