Letras entre amigos

¿Recuerdas, Fernando? Este relato te lo dediqué en Prosófagos por la fuente de inspiración que me dio tu "Ultimo amor". Vuelvo a hacerlo.

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      Se preveía lo que sucedería esa noche. Ella se acercó a la cama, levantó las sábanas y el pijama que le cubría. Le corría por el pecho una serpiente roja, una cicatriz larga como un río dormido, y la recorrió con el dedo, apretando levemente sus meandros, acariciándola toda, haciéndola desaparecer con ese dedo amoroso. Y mientras la recorría le hablaba de su primer encuentro, reía con su primera cita, le recordaba su noche de bodas, su sorpresa por el estilo amatorio que ella ejercitó ese día imitando a amantes de películas que había visto. Sus enseñanzas, el nacimiento de sus hijos, esa vida que hicieron juntos.
      Hubo momentos de silencio donde a ella le volvió el dolor por los dos o tres escarceos que tuvo su esposo, aunque continuó hablando, sonriendo y haciéndole partícipe de los momentos con los que había construído su vida. Luego durmió un rato, apenas diez minutos en los que pudo llorar en sueños. Al despertar oyó a su marido pronunciar el nombre de Carmen.

      Quitó su piel de la piel en la que se había pegado durante horas con un respingo, mientras su corazón tenía ganas de vomitar aunque contuviera las arcadas. ¡Carmen! Esa no fue un escarceo, sí un enamoramiento en toda regla. Pasaron unos minutos y el marido susurró su nombre. ¡Qué dulce sonaba en la boca de su moribundo! Y volvió a recorrer su cara hasta llegar a los labios, allí el dedo se detuvo en un beso largo.
      Él abrió los labios y musitó: “Cariño” con la mirada fija en sus ojos. Sin separarla, confiada, confortable, amorosa, en absoluto apasionada, tranquila. Y los dos supieron que el amor que les había unido no había Carmen alguna que pudiera eliminarlo.
      Toda la habitación se llenó de recuerdos y amor. Hubo escenas de cama colgando de la lámpara, primeras palabras de su hijo mayor junto a la mesilla, orgullo por la graduación de la hija repartido por el suelo; hubo niños, amapolas y viajes. También hubo mucho dolor encerrado en la campanita de cristal junto al vaso de agua.

Tienes razón, Blanca, la primera frase "chirria" la cambio por:
"Se preveía lo que sucedería esa noche" ¿Qué te parece? Yo creo que, así, se adelanta que será la última noche y los dos lo sabían.

Eres prespicaz, comprendiste muy bien lo que yo quería decir; excepto:

Que es un sí y un no. Sí, en que él utiliza un adjetivo y no un nombre, pero no es por astucia: Carmen es el amor de su vida; ella es el cariño confortable, pero también amor, amor sin nombre.

Gracias por leer y comentar. Un beso, Blanca.

Hola Milagros, estoy repasando los relatos y he visto que éste me pasó por alto, con el agravante de tu dedicatoria... Soy un impresentable lo lamento. No sé cómo, pues paso a menudo y procuro estar atento, pero no lo vi. Aunque tarde, te agradezco el detalle. Creo recordar que parte de tu inspiración vino de mi relato El último amor, casi póstumo en Prosófagos.

La historia que cuentas me gusta. El modo en que la cuentas, no tanto. Ya lo hemos comentado algunas veces, tenemos puntos de vista distintos, o mejor, sentimientos distintos sobre la forma de narrar historias. Los dos igual de válidos, pero diferentes.

A mí no me dice nada que haya escenas de amor colgando de la lámpara, primeras palabras del niño junto a la mesilla o que el corazón tenga ganas de vomitar. Y no es que no lo entienda; capto lo que quieres explicar, pero creo que no se hace así.

Desde mi punto de vista se hace describiendo la realidad, buscando el detalle real que dará el peso y la medida de los sentimientos que se quieren reflejar —como haces, por ejemplo, con el dedo recorriendo la cicatriz. Ahí sí tienes mi aplauso—, no con una explosión de ideas líricas, pero disparatadas.

Piensa, Milagros, que es muy fácil decir "La habitación se llenó de amapolas y la Luna se asomó a la ventana de lo felices que éramos", o también "Negros lobos salieron de debajo del armario y nos comieron el corazón, de lo desgraciados que nos sentíamos". Pero si no hay amapolas, ni Luna, ni lobos, ¿no es demasiado fácil acabar la fiesta tirando cohetes? Bueno, tampoco hay cohetes, ja ja. Esto lo haces no sólo en este relato sino que te he visto hacerlo varias veces.

En esta situación —marido moribundo, sale el tema de los celos, en la vejez, parece, después de tantos años de vida en común— ¡hay tantas cosas que podrías decir en lugar de esas metáforas huecas!

No te enfades conmigo; te digo lo que pienso, como hago siempre. Lo considero imprescindible para el trabajo en un foro/taller de Literatura. Y te repito que es sólo mi opinión, estoy seguro de que a otros lectores les encantará y cada uno sólo expone su punto de vista.

En el lado positivo, dos detalles magníficos. Lo ya citado de la cicatriz:

Le corría por el pecho una serpiente roja, una cicatriz larga como un río dormido, y la recorrió con el dedo, apretando levemente sus meandros, acariciándola toda, haciéndola desaparecer con ese dedo amoroso.

Aunque creo que en este tipo de recurso es mejor citar primero lo real y después la metáfora; algo así:

Le corría por el pecho una cicatriz roja, una serpiente larga como un río dormido, y la recorrió con el dedo, apretando levemente sus meandros, acariciándola toda, haciéndola desaparecer con ese dedo amoroso.

No tiene mucha importancia.

Y también el nombre ajeno que él susurra. Es un muy buen aporte a la construcción del relato.

Así pues, esta vez, desde mi opinión, cal y arena, querida Milagros.

Abrazos

Gracias, Fernando.

La primera vez que subí este relato en Prosófagos, hubo muchas entradas pero ninguna corrección y, a pesar de que había una historia que quería contar y tenía visualizada como transcurriría, se me "escapaba", la subí a Prosadictos (al mismo tiempo que aquí) y, esta vez, si hubo comentarios (sobre todo de las metáforas) pero seguía yo sin acertar.
Le puse un privado a Belén para que le echara una ojeada, lo hizo en un examen minucioso y lo arreglé mucho (eliminé lámparas y demas muebles del final, salvo la campana con agua que, para mí, no es una metáfora hueca -qué razón téneis en ello) y con tu análisis daré otro repasito para ver si termina de "cuajar".

Algo que aprendí de los dos: "visualiza". Una magnífica lección.

Un abrazo.

Sí, creo que lo de la campanita tiene sentido, pero tal como está depende tanto de lo demás que me parece que, cuando encuentres otro modo más cercano de explicarlo todo, te sobrará también. O lo pondrás de otro modo.

El está en casa, no en el hospital, y la campanilla es lo que usa el esposo para llamarla cuando la necesita, ¿verdad? En esa campanita, con otro giro, sí creo que tienes un buen detalle que desarrollar.

Casi todos los que escribimos tenemos "tics de narración", especialmente los aficionados como nosotros. Por ejemplo, yo suelo repetir mucho la palabra "cosas" —o "cosa"—. En el relato de una apreciada compañera aparece como un tic la palabra "precario". Es bueno saberlo para prestar especial atención a detectarlos y no abusar de ellos. Tú tienes el tic de hacer "listas" con cosas que has citado antes. Risas, barrigas y villancicos; niños, amapolas y viajes... Eso, muy de vez en cuando puede quedar genial. Pero sin abusar y siempre muy bien medido.

Más abrazos.