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 Asunto: JUAN BANANO (segunda entrega decapitados)
NotaPublicado: 18 May 2011 05:06 
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Ubicación: neza de mis amores
Juan Banano


      Juan Banano, como lo conocían a lo largo y ancho de la colonia, fue en su momento un chavo vale madre pero, con el tiempo, se reformó. Su madre, Juanita Banana, originaria del centro de México, llegó a la capital con sus dos retoños y una vida por enderezar; de allí pasó a una ciudad mas tranquila, Nezahuacoyótl, pegadita a la metrópoli por los rumbos de la colonia Benito Juárez. La llamaban Banana por una vieja canción y porque su primer trabajo fue precisamente en una bodega de bananas, cerca de donde vivía. Sus hijos heredaron el mote: Juan Pilar Reyes era Juan Banano y su hermana Graciela Pilar Reyes, Chela Banana; los Bananos, cuando alguien daba señas de esta familia.

      Desde muy chico, Juan Banano dio muestras de rebeldía y autosuficiencia. A su casa llegaba con dinero y obsequios de sus amigos y compañeros del rastro. ¡Ah!, porque, lejos de seguir la misma actividad materna, este prefirió el trabajo en el rastro.

      Pronto se hizo de amistades y conocidos. Avezado y decidido, de simple cargador pasó a la faena de carnicero. Desde muy de mañana, las reses sacrificadas pasaban a las planchas donde con habilidad eran tasajeadas y preparadas para su comercialización en todas las carnicerías del rumbo. Al principio, tuvo el encargo de matarife: con una pistola de caucho, con buen tino en la cabeza, la bestia muere en el momento. Si no estaba disponible la pistola, siempre quedaba el método antiguo, con mazo hasta provocarle la muerte, algo que Juan Banano aborrecía, pues no soportaba los gritos lastimeros de las victimas; prefería el cuchillo que, con movimientos rápidos y precisos, cortaba la yugular y desprendía la garganta del animal, colgado en ganchos a una sola pata.

      En una ocasión, uno de los carniceros, por dudosos motivos de salud —agarró la jarra, como se llama aquí al hecho de andar por largos periodos de tiempo (una, dos semanas y hasta un mes) ahogado en alcohol— faltó al trabajo varios días. El patrón, desesperado, puso a prueba al chamaco y este no la desaprovechó, muy al contrario. Su destreza con los cuchillos quedó de manifiesto. Desde entonces Juan Banano sintió que lo suyo eran los cuchillos. Pasó de ser el hijo de Juanita Banana a ser Juan el Carnicero.

      Cuando llegó el día de pago se sintió inmensamente feliz; su vida cambió, se compró ropa, invitó a las cervezas que deben pagar todos los nuevos carniceros a la plantilla completa para que, según la tradición, nunca falte dinero y trabajo.

      —Madre, tenga su gasto…—dijo con mucha alegría.

      —¡Qué bueno, hijo, que ya estés ganando bien!; con lo que ganábamos, pues no alcanza. Todo está recaro y tu hermana, por ser mujer, no encuentra chamba…

      —¡Esa güevona! Se pasa todo el día con sus amigotas y usted lo permite; no diga que no.

      —¡Ay, Juan, no es cierto! Tú le tienes mala voluntad. La pobre se la pasa busque y busque y busque... y pues nada, hijo, las cosas están de la chingada.

      —La chingada se la va a llevar alguna vez a la Juana. A ver por qué no se viene conmigo al rastro; ahorita la puedo meter, allá se gana bien…

      —Sabes que aborrece la sangre. Tú, porque ya te acostumbraste, pero ella... pobrecita.

      —Entonces, ¿por qué no se va con usted a la bodega?

      —Pues por la misma razón que tú, que tampoco te gustó. No, Juan, ya verás como ella va a tener más suerte que nosotros, ya lo verás.

      —Pues si no es en un bar, no sé cómo...

      —No digas eso, no te pases con tu hermana que tú, como su hermano mayor, debes cuidarla siempre.

      —Pues ni me hace caso… La otra vez le dije que se metiera, porque ya era tarde, y ni me peló… Pues así ¿cómo?

      —Ya olvida eso. ¿Trajiste los filetitos que tanto me gustan? Ya ves que casi no tengo dientes, se me acabaron cuando nacieron ustedes.

      —Sí, madre. Tome usted, yo no traigo hambre; comí con los compañeros.

      —No sé cómo pueden comer en medio de tanta sangre y peste… ¡Aahgg!, hasta asco me da de pensarlo…

      —Ya me acostumbré. Al rato nos vemos, voy por ahí…

      —¿Ya te vas con la Güera? Cuida no te vaya a comprometer, fíjate la clase de padres que tiene la muchacha.

      —Madre, en vez de ocuparse de su hija me dice a mí esas cosas; ya ni la amuela… Ahí nos vemos, al rato.

      —Ve con dios, hijo... No tardes, que te levantas a las tres de la mañana.

      Juan Banano ya no hace caso a la ultima recomendación. Sabe que su futuro está asegurado y ahora es diferente, muy diferente. A sus diecisiete años piensa en otras cosas y, al pensarlas, la piel se le hace chinita, chinita… ¿Sentirán así las reses que a diario sacrifican?

      La Güera es otra chava de la colonia. Su padre tiene su propia carnicería que, fuera del ámbito del rastro, hay quienes todavía los llama tlabajeros, pues no son ellos quienes matan y despellejan a los animales sino que solo venden los cortes que acaban en las cocinas de las casas. Don Gustavo Salazar, tipo oriundo de Tlaxcala, autoritario y suspicaz, tenía tres hijos —la Güera, Gustavito chico y Benjamin—, que procreó con su esposa, también de esas tierras pegaditas a Puebla, doña Crisófora Solís de Salazar. Ninguno de los dos veía con buenos ojos la amistad de su hija con Juan Banano, hijo de una dejada, sin oficio ni beneficio, que pasaba los días con sus amigotes y que, según él, trabajaba en las madrugadas, sepa Dios con quién y en qué.

      —¡¡Toma!!

      —Es hermoso, Juan.

      —Lo compré en el mercado, ¿te gusta?

      —Pero, Juan, te habrá costado mucho...

      —Eso no importa, se lo compré a la Chona y esa señora es buena gente. Me lo dejó en tres pagos. ¿Te gusta o no?

      —Claro que si. Pero cuando me lo vea mi papá, ¿qué le voy a decir?

      —Pues la verdad, que este reloj te lo regalo su yerno querido… —y Juan soltó una carcajada.

      De un tierno beso a una fugaz caricia de pasión y espasmos violentos no había mucho que decir

      —¡Güera, Güera!

      —Ya, ya, Juan, que ahí viene mi hermano… ¡Que te digo que ya!

      —Pinche Güera, ¿dónde te metes? Te anda buscando mamá… ¡Pero si estás con el bueno para nada del "platanito"!… Eso le va a gustar a nuestro padre…

      —No empieces, Gustavo, ya déjalo en paz..

      —Mira, Gus, no por ser mi cuñado te quieras pasar de listo. Si yo me entero que algo le hacen a la Güera, te la parto, cabrón.

      —A mí no me amenaces, ¡eh, culero! Voy a por mi banda y te partimos la madre… Te lo advierto.

      —Ya, ya... Vamos, Gustavo.

      —Me haces los mandados, pinche pendejito… Si tu padre supiera en los negocios en que andas…

      —Pues por eso, ándate con cuidado, culero…

      —¡¡Que ya!! Vámonos ya, Gustavo.

      Una última mirada de los adolescentes presagia que sus amores son tormentas en medio del mar.

      La cotidianidad que envuelve los días se rompe cuando, sin que nadie lo pensara, las calles de Neza se vuelven territorio de disputa. A la aparente tranquilidad de una ciudad que se lía con sus propios problemas domésticos se suma uno más, pero con tanta violencia que se añoran los días de robos en las casas y asaltos al pasaje en camiones y peseras. El narcomenudeo y la extorsión se adueñan de este paraíso de etnias y costumbres. Su cercanía a la capital y a otras entidades, que en la antigüedad ayudó a su progreso, ahora la ponían como corredor predilecto para los tentáculos del hampa, que se multiplicaba con mayor rapidez de la que se ajusticiaba o se detenía a sus jeques y a sus compadrazgos.

      Juan Banano vio cómo sus sueños de hacer una familia típica, de tener compañera e hijos, se venían abajo. En un periódico de nota roja aparecía la Güera, cruelmente sacrificada. Su hermano Benjamin la acompañaba; en total, tres personas acribilladas, que antes fueron torturadas, aparecieron cerca de la "Bola", una oficina administrativa del norte, a pocos metros de la frontera con otro municipio igualmente tomado por el narco: Ecatepec. Una cartulina garabateada daba entender los motivos del homicidio:


ESTO ES UNA ADVERTENCIA, NO SE METAN EN MI PLAZA, MUGROSOS

VOY POR TU GENTE… LA COMPAÑÍA…



      Fulminado por la noticia, Juan Banano se sintió desvanecer. No entendía nada de lo sucedido, del porqué su novia estaba entre los muertos, por qué la asesinaron, a quién hacia ella daño, ¿por qué?

      Su madre y su hermana lo acompañaron al velorio. Casi nadie fue; temerosos de las represalias, pocos se atrevieron a consolar y dar el pésame a la destrozada familia.
Don Gustavo lo vio acercarse al féretro de su hija. Dudó un poco pero, aunque tarde, comprendió que el Banano hubiera sido un buen esposo para su Güera. Y lloraron juntos.

      Ya en el cementerio, cuando terminó el sepelio, Juan alcanzó a Gustavo chico. Entre las demás criptas, desgranó su dolor y su rabia, pues intuía que ese ajuste de cuentas tenía mucho con ver con las actividades de Gus.

      —Tú la mataste, cabrón, tú le diste en su madre a tu propia hermana, por eso andabas escondido. Y con tal de salvarte la pusiste en medio. ¡Qué poca madre, cabrón, qué poca madre! Pero aunque sea lo último que haga, yo te mato, cabrón… ¡Te juro que te mato!

      —Muy verga, culero, muy machín... Yo no la maté, ¿cómo podría hacerlo, si era mi carnala, sangre de mi sangre? Toma esta pinche cuete y suéltame un plomazo. ¿Crees que no estoy igual que tú, que mi padre, que mi madre...? Me los mataron, culero, me los mataron a mis carnales. Y me duele, me duele aquí adentro. ¡Órale, puto, suéltale el madrazo, apriétale al cuete! ¿No puedes? Ellos si pudieron. Los mataron, mataron a tu vieja…

      —¿Quiénes?

      —A ti qué diablos te importa. Eres un pendejo carnicero, ¿vas a degollarlos, como a tus reses?

      —¿Quiénes fueron? Dímelo, ¡maldita sea!, que te suelto un plomazo en tu cabeza, cabrón, no estoy jugando…

      —Muy cabrón, culero. ¿Tienes los suficientes güevos para partirles la madre a esos hijos de la chingada?

      —¿Quiénes? Solo dime quiénes y lo verás.

      —¡Pinche cuñado...! Puta madre, qué pendejos fuimos... Me cae, ¡qué pendejos!, juntos la hubiéramos salvado. Me cae de madre, que sí…


      Juan Banano dejó el rastro repentinamente y a los pocos meses aparecieron los cuerpos de tres hombres, amarrados con cinta canela, debidamente torturados y con las cabezas desprendidas limpiamente. A un lado, una cartulina mal redactada:


POR METERTE CON MI FAMILIA. Y VOY POR TI.


      Las familias de los Bananos y lo que quedó de los Salazar ahora viven… quién sabe dónde, quién sabe con quién.



mario a


sabado domingo 14/15 mayo 2011, 11pm- 12:20am

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 Asunto: Re: JUAN BANANO (segunda entrega decapitados)
NotaPublicado: 16 Jul 2011 17:03 
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¡Caramba, ¿esto no tuvo ningún comentario?!

Bueno, creo que fue porque ya lo habías colgado antes y aquí sólo querías que se viese cómo quedó al fin, ¿no?

¿O será también por la famosa "incomodidad", como El juego de rol?

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 Asunto: Re: JUAN BANANO (segunda entrega decapitados)
NotaPublicado: 16 Jul 2011 17:52 
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Registrado: 01 May 2011 01:51
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Ubicación: neza de mis amores
pues... mmm...

yo creo que muchos andamos en nuestras ondas, que cada quien pesca lo que tiene a la mano; y este pues se les paso y punto.

pero lo que me queda claro es que tuvo un buen recibimiento a otros lados de donde lo envie.

y eso ya corregido.


sabes, amigo, estuve checando el blog de blanquita y vi que ya mandastes a la pagina electronica de los libros, dime es posible eso? es posible que mis ingratos cuentos, los pueda (o mas bien me ayudes) a mandarlos... digo yo se que es mucho pedir y abuso de tu bondad, pero... sabes de mis dificultades en esto de los interneres...


por favor.


mario a.

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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com