Letras entre amigos

      Catalina se pone un vestido negro y un discreto collar de perlas, coge el bolsillo y, tras una última mirada en el espejo. S sale a la calle y gira a la derecha para dirigirse a la iglesia, a unos trescientos metros de allí.

      —Buenos días, Catalina.
      —¡Qué buen día hace, Catalina!
      —¡Qué guapa estás, Catalina!

      Cuando llega al templo, se queda en la entrada mirándolo como una turista más. Magnífico pórtico plateresco, piensa, buen decorado para el último adiós.

      Ya está dentro, camina por un lateral, mira el interior iluminado y vestido de gala para la despedida. El sacerdote con una casulla negra, los monaguillos a los que les asoman enaguas blancas, el órgano sonando y el féretro con Ignacio dentro frente al altar, en el centro de una iglesia que más parece catedral. “Le habrán cruzado los brazos en un gesto piadoso”, piensa Catalina.
      Continúa su camino por el pasillo central; casi está llegando, apenas unos metros más y alcanzará los reclinatorios donde la viuda solloza y los hijos la consuelan.

      —¿Quién es esa mujer?
      —Parece que es allegada de la familia.
      —Nunca los vimos juntos.

      Rodea el féretro para ponerse frente a la gente, abre el bolso, saca una pequeña rosa blanca seca y la desliza entre las manos del muerto; luego baja la cabeza y deposita un beso en sus labios; finalmente, se despide de él con un claro y alto “Hasta que nos volvamos a encontrar, amor mío”.

      Todos se levantan y los cuchicheos se dirigen a ella como si fuera la viuda en el sepelio. La auténtica se desmaya, el órgano calla y Catalina camina hacia la salida con la cabeza alta.

      —¡Un hombre que parecía tan serio…!
      —La relación debió de ser de muchos años…
      —¡Qué calladito lo llevaba don Ignacio!

      Catalina regresa a su casa con la venganza cumplida y sin el regalo que él la obsequió treinta años atrás; la misma rosa blanca que acompañó el juramento de que era la mujer de su vida.

Gracias, mi niña, por comentar.

Tienes razón, ¡ahora mismo lo cambio!

No quería destripar el final con el título, por ello puse algo tan romántico como la "rosa blanca".


¡Es que no aprendemos! Efectivamente, ¡me da una ternura la viuda real!
Ja, ja, ja. Como decía, creo, Mae West: Cuando somos buenas, somos buenas; cuando somos malas, somos mejor. Y ganas me quedaron de que don Ignacio respondiera al beso y a la rosa: "Pero, ¿quién es ésta? Verdaderamente, he sido un seductor" (y sacase pecho).

Un abrazo,amiga.

Hola, amiga.

Lo de los 100 metros era para justificar cómo la conocían en su entorno (la saludan, la piropean) y qué poco a sólo 100 m (¿Quién es?, Nunca lo hemos visto con ella...) lo que da una idea de que pertenecen a clases sociales muy diferentes.

No es frecuente, pero cuando una personalidad (actor, científico, político...) muere, y si el cuerpo da de sí para dejarlo "al aire", creo que se hace. Yo asistí a un entierro así y a otros dos con la tapa de cristal. Preferí el primero.

Gracias, carnal, por pasar.

Un fuerte, fuerte abrazo a los dos.

Saludos desde Tarragona - España / Salutacions des de Catalunya - Espanya
Los halagos ensalzan nuestro ego, pero una crítica constructiva nos hace más sabios. JGM.

Antony, ¡siempre animas! ¡siempre tienes una frase amable! Gracias, amigo, la escritura dice mucho del interior de una persona.

Josgar, creo que tienes razón, es mejor "cerca" que "100 metros", no obstante, deja que revise el texto cuando esté más tranquila.

Ando un poco mal de tiempo en la actualidad, pero no puedo dejar pasar un "gracias" a vuestros comentarios.

Un fuerte abrazo a los dos.