¿Para cuándo un relato dulzón de amor? No todo van a ser venganzas, odios, despechos y demás...
Dedicado a Jósgar. Nada de muertes ni venganzas, sólo un poco de come-come inevitable
FORMAS DE MORIR
Observo desde la intimidad de los visillos cómo ella se acerca por el caminito asfaltado de la finca. También veo que levanta la mirada con picardía y que me pilla esperándola, maldita sea. Y pese a saberme sorprendido, corro a sentarme en el sofá y seguiré insistiendo en el error de fingir que su visita me ha cogido por sorpresa.
Desde el día que la conocí, hace ya más de un año, empezó a pasarme aquello que me juré que nunca más volvería a pasarme, y por ello, a ciscarme en la semántica llamando buena amistad a lo que es un amor que me consume. Pero ella es muy lista. Hace unas semanas, mientras comíamos en un restaurante, me soltó que estaba enamorada de mí. Lo hizo con un par, entre bocado y bocado, mientras me miraba por encima de sus gafas de diseño. Y yo, revolviendo el pescado hasta convertirlo en una pasta intragable, dinamité la ocasión de contestarle que yo también sentía lo mismo, diciéndole que me sentía halagado, pero que nunca se me había pasado tal cosa por la imaginación. Y sé que otra vez, como un idiota, he trabucado la semántica con el fin de ocultarme el miedo que tengo a comprometerme, el miedo a querer a otra mujer teniendo en casa a una hija adolescente que echa de menos a su madre; el miedo a decirle que yo no soy de aventuras; el miedo a que piense que soy un romántico. Pero a pesar de mi torpe respuesta, creo que ella no se desanima, no. Por eso será que lo que no consiguió la experimentación de la adolescencia ni el vigor de la juventud, lo está consiguiendo esta inseguridad que me devora a los cincuenta: me estoy matando a pajas.