Entonces el pasado sábado me levanté decidido a terminar con estas angustias. Para ello me aposté en el frente de la a mi casa. Ahora no iría en busca de la presa, la esperaría. Simulé aguardar esperar un taxi, sabía que esto me daba un toque de misterio. ¿Hacia para dónde iba? ¿Qué esperaba? No podía olvidar que el misterio es un potente atrayente femenino, y es el veinte por ciento del éxito en una conquista; el diez restante es la lengua, si sabemos utilizarla es triunfo asegurado.
Las mujeres empezaron a pasar sin dejar de mirarme. Yo las estudiaba esperando con calma a una que fuera de mi gusto y sobretodo que llenara los requisitos de una auténtica mujer, para poder tirar el anzuelo con seguridad. Y ésta no se hizo esperar demasiado: a la media hora se aproximó una. Alta, delgada, cabello castaño y hermosa. Nos miramos el uno al otro mutuamente y capté un brillo típico de gusto, aquel que solo se da cuando a una mujer le atrae un hombre. Se detuvo, tal como yo esperaba, y me preguntó (suprimir coma) sonriente:
—¿Vas de viaje, guapo?
La sonrisa (suprimir coma) esa es otra característica de las mujeres cuando se sienten atraídas, les cuesta dejar de sonreír. Miré su bajo vientre, con disimulo, pero al instante recordé que estas precauciones de nada me sirvieron en la discoteca, así que devolviéndole la sonrisa me acerqué a ella y, sin mediar palabras, fui directo al grano, la palpé con fuerza allí, en sus partes íntimas). Ella se sorprendió y me dio una fuerte bofetada gritándome: “¡Atrevido!”; pero no importó, pues comprobé que no ocultaba nada. Entonces, resueltas las dudas, le pedí disculpas aduciendo que ese era un acto reflejo cuando me gustaba una muchacha y que, si lo deseaba, podía seguir abofeteándome, que me lo merecía; pero, contra lo que esperaba, sonrió diciendo que jamás se topó con alguien tan lanzado, que en un principio se ofendió, dado que no era una chica fácil, pero que igual no podía ocultar que le agradó mi novedosa táctica. Entonces, roto el hielo y puestas de acuerdo las partes, la tomé de la mano y la conduje a casa, directo a la habitación. Ambos despedíamos olor a deseo.
La acosté sobre la cama y la desnudé con suavidad, de todas formas actuaba con cautela, no dejaba de temer una emboscada; ella, tal vez notando que la desconfianza me embargaba, separó las piernas y aproveché para mirar con detenimiento y aspirar su aliento aroma femenino, así pude comprobar que todo estaba perfecto. Entonces me quité la ropa de prisa, no había de nada que temer, el único hombre en la habitación era yo.
Me tiré encima de ella y empecé a besar su cuello y a pasarle la lengua, es mi preámbulo preferido. Gimió con placer, fue cuando me detuve en seco: ese gemido lo había escuchado antes. Me levanté preocupado, la miré directo a los ojos y le dije: expresando:
—Ahora que me percato, tu cara me parece familiar, ¿no nos hemos visto antes?
En su rostro se dibujó un rictus de incredulidad… — ¿De qué hablas, papito?, deja esa desconfianza a un lado, relájate y entra de prisa que ya me encuentro desesperada.
Empecé a darme cuenta de otras coincidencias… caer en cuenta en otras coincidencias… —Esa sonrisa también la conozco, al igual que la voz y tu perfecta dentadura…
Se levantó furiosa gritando con una voz hasta entonces desconocida para mí; muy gruesa: — ¡Maldito, me atrapaste; en efecto, soy la misma de la discoteca!
Quedé pasmado, la sorpresa no permitió levantarme de la cama a pesar de que intenté hacerlo. De todas maneras no entendía muchas cosas… — ¿Pero cómo me encontraste?
Manteniendo el grosor de la voz, pero con un tono que denotaba fastidio, respondió: —Aquel día que huiste de la discoteca te perseguí sin que te percataras, nunca miraste atrás.
Algo no encajaba, sentí su hombría aquella vez cuando estábamos bailando, ella, al parecer, leyó mis pensamientos pues de inmediato expresó:
—Sé en lo que estás pensando y resuelvo tus dudas: un día después de conocerte me puse en manos de un cirujano, lo tenía planeado desde antes, deseaba tener todo lo que tiene una mujer. También operé mi nariz , por ello, y el nuevo cambié el color del cabello, es por ello que no me reconociste. Luego de recuperarme vigilé el sector esperando una oportunidad de para abordarte, es que quedé alucinada contigo, y soy de las que siempre obtengo lo que deseo.
No daba crédito a lo que escuchaba, esto no le podía estar sucediendo a un experto cazador. Ella aprovechó mi descontrol, fue a su bolso y buscó. Vi que sacó un cuchillo, —pensé que tramaba robarme—, y también un enorme pene de caucho, su punta parecía una bola de buchacara. (localismo). Entonces explicó:
—Es Johnny, está conmigo desde la adolescencia.
Totalmente sorprendido aduje añadí: — ¡Maldita, no pretenderás obligarme a que te introduzca esa monstruosidad!
Su vista brilló... — ¡No muñeco, no es para mí, no ahora¡ ¡¡Vuélvete pronto y nadie Saldrá herido!! (Esta frase tiene una construcción excesivamente localista, propongo retocarla) — ¡No muñeco, no es para mí, ahora no¡ ¡Date la vuelta, muéstrame tu lindo trasero, y nadie saldrá herido!
Juro que la defensa personal que aprendí cuando presté el servicio militar me libró aquel sábado de una humillante deshonra. Actualmente vivo en Bogotá (nadie debe saberlo), hasta donde llegué huyendo, y un experto psiquiatra trata de hacerme olvidar el asunto.
_________________ Saludos desde Tarragona - España / Salutacions des de Catalunya - Espanya Los halagos ensalzan nuestro ego, pero una crítica constructiva nos hace más sabios. JGM.
Última edición por Jósgar el 20 Dic 2011 22:48, editado 1 vez en total
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