Este en lo personal, es uno de mis favoritos, espero lo disfruten, Vampira.
II.
LA CASA DE CULTURAYa grande, trabajé como maestro de una vieja Casa de Cultura en un pueblo del Estado de México.
Había sido el antiguo casco de una gran hacienda pulquera, que allá por los años de la Revolución Mexicana había gozado de mucho auge y que ahora, remodelado y acondicionado, funcionaba como biblioteca pública, museo y talleres de arte para niños y adolescentes. Ahí yo tenía a mi cargo por las tardes el taller de pintura para niños.
Y corrían anécdotas de parte del personal que ahí trabajaba, de numerosas apariciones fantasmales y hechos sobrenaturales que ocurrían ahí, como el que en la parte superior de la hacienda, donde ahora es el museo histórico que ilustra con muebles y objetos, cómo se vivía en aquella época, una y otra vez se quejaban los trabajadores de que les apagaban las luces o las puertas se cerraban misteriosamente, sin que ninguna corriente de aire se filtrara hacia las habitaciones donde ellos trabajaban haciendo la limpieza.
En un pasillo de la casa con poca luz, donde se adornan las paredes con los antiguos retratos de sus primeros moradores, juraban que en los días silenciosos, se escuchaban susurros ininteligibles, algo así como rezos y eso ponía nerviosos a los intendentes, viendo además, sombras oscuras que cruzaban de habitación en habitación.
Algunas personas que visitaban el museo y decían tener sensibilidad para captar cosas sobrenaturales, comentaban que en ese preciso sitio, se sentía una “vibra muy pesada”.
Yo visité repetidamente el museo y hasta me quedé muy tarde yo solo a trabajar en la sala de exposiciones temporales del segundo piso, y nunca vi ni sentí nada extraño en esos solitarios cuartos; a excepción de la pequeña capilla, ahhh… esa horrenda capilla…
Es un pequeño cuarto entre el museo y la sala de exposiciones temporales, muy poco visitada, porque está aparte, digamos, escondida, donde hay un reclinatorio frente a un altar con la imagen de una de tantas vírgenes, que aparece dentro de un arco con flores, también hay floreros que despiden un aroma putrefacto intentando adornar el altar. La primera vez que lo visité, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo y me imaginé -creo yo-, en la pintura de la santa, un demonio verde de pie cargando a la santita sobre sus hombros; giré rápidamente sobre mis pies y salí casi corriendo al pasillo a respirar el aire puro que me faltaba adentro. Más tarde les pregunté a los trabajadores, que por qué no cambiaban el agua de los jarrones y la dejaban pudrir; ellos me contestaron que diariamente lo hacían y quitaban además las flores secas de los floreros, pero que algo extraño pasaba ahí, porque después de poco tiempo, comenzaba a oler otra vez el aire infestado.
También me contaron, que cuando trapeaban ese lugar aún con los limpiadores más perfumados que pudieran conseguir, el piso, olía terrible al mojarlo, tanto, que la directora del recinto había dado la orden de que no se trapeara esa zona pues apestaba fuertemente a podrido, y el olor se dispersaba por toda la Casa de Cultura, así que sólo lo barrían muy bien.
Desgraciadamente podían hacer muy poco en la época de lluvias, pues al mojarse por días la casa completa, la peste llegaba a inquietar, hasta al humano más controlado y sereno, y en un intento por detener aquel intolerable olor, cubrían esa zona con grandes lienzos de plástico.
Cuando les comenté lo del demonio en el altar, no me creyeron y subimos a tratar de ver aquella imagen con más cuidado. Ellos no lograban ver nada, pero yo seguía viendo un ser macabro y burlón a los pies de la imagen; ya no los quise asustar más insistiéndoles, pues empecé a notar su nerviosismo y no quería que se sugestionaran por mi comentario. En ninguna otra ocasión volví a entrar a esa espeluznante capilla.
También la directora, me contó que cuando se encontraba en su oficina trabajando sola, “algo pequeño” le sujetaba la pierna sin hacerle daño. Al principio se asustó mucho, pero como este hecho se repetía con cierta frecuencia, decidió pensar que era el fantasma de un niño que había vivido ahí en el pasado y que murió ahogado en la enorme y profunda cisterna de ese casco de hacienda, y que ahora buscaba a su mamá, -bueno, pero eso lo imaginó ella para darse valor-, yo, más bien pensé, que era el demonio de la capilla haciendo de las suyas, cosa que no le mencioné para no inquietarla.
Nosotros experimentamos otro hecho sorprendente, y digo “nosotros”, porque estaban conmigo los niños del taller de Pintura trabajando en el salón.
Aquella tarde, pintaban tranquilamente cuando de pronto, vimos escurrir agua de las cuatro esquinas del salón. Nuestro taller, era de gruesas paredes de adobe, recubiertas con yeso y pintadas de blanco, como en su mayoría era toda la Casa de Cultura, teníamos una pequeña ventana abovedada que dejaba pasar suficiente luz natural, aparte de la luz eléctrica instalada sobre las vigas de madera del techo, el piso de la habitación inmediata de arriba, también era de crujiente madera.
Oíamos cómo estaban limpiando el cuarto de arriba, arrimaban muebles y escuchábamos los pasos y cómo el ruido de una cubeta y trapeador hacían lo suyo, de pronto, volvimos a ver cómo escurría más agua de los rincones de las paredes.
Voy a subir, -les dije a los niños-, a pedirles que no tiren tanta agua, porque aquí abajo ya se está encharcando. Los niños sospechando algo raro, quisieron acompañarme a la planta alta, pues conocían bien la tenebrosa fama de la Casa de Cultura y no querían quedarse solos en el salón. Subimos pues todos, las rechinantes escaleras apolilladas y al llegar al cuarto que supuestamente limpiaban, nos sorprendimos al descubrir que estaba cerrado con un candado por fuera, nos asomamos por los viejos vidrios con burbujillas incrustadas y las cortinas transparentes de la puerta de entrada, descubriendo que no había nadie; era un cuarto-bodega, con muchas cajas grandes apiladas unas con otras, maniquíes y muebles cubiertos con sábanas para protegerlos del polvo; es más, no había nadie en toda la planta alta, cosa muy extraña, porque nosotros abajo oíamos todos los ruidos de la limpieza.
Los niños espantados, corrieron escaleras abajo gritando, yo los seguía controlándome un poco más. En seguida, pasó por ahí un intendente, y le contamos lo sucedido, él muy tranquilo dijo que todos estaban en junta y que nadie se encontraba trabajando arriba, como no nos creyó, lo llevamos al salón para que viera los charcos de agua que se habían formado en el piso; los veía extrañado, se encojía de hombros sin ninguna explicación y sin dar razón de tan raro suceso. Para ese momento, los ruidos que provenían del techo, habían cesado por completo.
Cuando le comenté lo sucedido a la directora, ella me dijo que ya estaban acostumbrados a las cosas extrañas que pasaban ahí, luego fue a su escritorio y después de buscar por un momento, sacó una fotografía que se había tomado un par de años atrás, me la entregó.
“Esa foto, es la prueba fiel de que vivimos con algo... o alguien...”.
La foto era de la fachada principal de la ex hacienda. Ese día, se les había pedido a todos los trabajadores de la Casa de Cultura, se acomodaran al frente haciendo una hilera, y ahí estaban los intendentes, maestros, secretarias, directores… todos sonrientes y posando con naturalidad; nadie se quedó dentro de la casa; la foto no tenía mayor atractivo, hasta que ella me dijo: ¿Ya vio lo que hay en el segundo piso?
Al revisar nuevamente la foto, noté que se veía el rostro indefinido de un ser gris, asomando tímidamente la cabeza por la cortina de una ventana del museo.
No sabemos quién es, –dijo la directora-, le decimos el fantasma de Don Gonzalo, porque él vivió aquí y creemos que es él, compartimos las instalaciones y tratamos de llevar "la fiesta en paz...”
Se me erizó la piel, al saber, que con tanta tranquilidad y casi indiferencia, la gente se había acostumbrando a vivir con un “espíritu inmundo”. Porque yo sé, que no existen aquí en la tierra, “almas humanas” que vivieron, murieron y decidieron quedarse a vivir en su casa, dedicándose a espantar y convivir con los nuevos habitantes.
Poco después me cambié de casa, dejando atrás el pueblo de Otumba y su siniestra Casa de Cultura.
No he regresado otra vez a aquel sitio.
Lo interesante, es lo que supe después.
Antiguamente, cuando asesinaban a alguien, para desaparecer el cadáver y quedar impune, simplemente lo emparedaban, o sea, lo enterraban dentro de alguna construcción, y de ésa malévola manera, el asesino salvaba el pellejo; pero con el paso de los años, el agua y la humedad en las paredes, gritaban a voces su oculto secreto, evidenciando a través de los poros de roca, cemento y lozas, la putrefacción de uno o varios cuerpos humanos en descomposición. A mi parecer, en el sitio de la capilla, se encuentre un entierro de este tipo, cosa que yo nunca sabré a ciencia cierta, pero pesando las evidencias, la sola idea, encaja a la perfección.
Me vinieron a la memoria las frases bíblicas de Génesis 4:10 “…la voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra…”, y mi imaginativa mente, se disparó de inmediato, reconstruyendo un asesinato cruel, abominable e injusto, dejando a ese pobre mortal, metido en una humillante cripta de cemento y lozas, cubriendo con supremo terror su boca… más no su voz… Y a todo esto, le sigue una maldición, continúa el relato bíblico: “…por cuanto tu mano hizo este hecho vil, maldito serás tú y la tierra no te volverá a dar su fuerza…”
Es interesante enterarse, que de aquella grandiosa y próspera hacienda pulquera, no quedó nada. Solo las ruinas de la casa principal, que debió ser reconstruída, para primero, ser una casa habitación en donde vivieron los descendientes de Don Gonzalo y después, dedicarla al Centro Cultural.
Pero los horrores atroces y pecaminosos que ahí se vivieron, son la causa de los actuales hechos sobrenaturales que se perciben en la actualidad. Por eso es que, cuando las personas sensibles visitan esa “casa-museo”, se sienten invadidos del vibrante pánico que yace oculto… dentro de esos muros… debajo de esas piedras… gestándose ahí… cuantos seres inmundos… la quieran habitar.