Hola, Eduardo.
No recuerdo este poema, quizá no lo leí —sería raro—, o quizá lo has cambiado tanto que no lo reconozco. O la memoria...
Entre el sentimiento que te ha llevado a escribirlo y el que recibo yo al leerlo puede haber gran diferencia, tanta que tratar de "descifrar" tu poema sería un intento inútil. Sin embargo, tú emites lo que yo recibo, y cabe esperar alguna correspondencia entre las ideas.
Para mí, tu poema habla de la soledad del individuo en su "cárcel" de espacio y tiempo, todo dirigido por algo superior que lo gobierna, o al menos él lo cree así. Del inexorable paso del tiempo, de la deleble memoria que todo olvida y desfigura, del letargo inconsciente de algunos, del monstruo del inframundo que crece con el juego vano de los deseos que creemos sentir, y otra vez del paso del tiempo y sus ciclos en espacios que aparentan ser distintos pero no lo son, de que lo rasante y cotidiano no basta para llegar más allá de lo que captan los sentidos, y de que en el centro de todo ello debe existir una verdad última e inalterable que quizá dé sentido a cada vida.
Es magnífico, con un principio y un final, especialmente el final, certeros y directos.
Tu explicación añadida vale otro tanto. También a mí me llama la atención que te refieras a que a los poetas parece perdonárseles incontables licencias que a los prosistas nos caen como mazazos en la crítica. Curioso que te posiciones como prosista, precisamente en esta obra.
No me extraña que ames narcisísticamente tu poema, que me parece canto de impotencia y un lamento, hasta reproche, de la criatura hacia el creador. O Creador.
Abrazos.
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