TODOS ESTAMOS DICIENDO Todos estamos siempre diciendo, a veces no nos vendría mal callar un rato y escuchar.
Jota era mi mejor amigo tomábamos ginebra con soda en un bar. No saldremos de esta vida con vida me dijo y se lo estaba diciendo a sí mismo Pagué la última vuelta. Tenés razón, dije. A menudo estoy diciendo naderías. No lo vi más, dicen que un litro de cocacola mezclado a partes iguales con alcohol medicinal le estalló el corazón una madrugada al levantarse de la cama para ir a mear.
Ella (bastante después) ella se burló, (ella se movía en una Harley) no me digas que creés en el amor. fue valiente al decírmelo, burlarse, corrió las sábanas del todo hacia abajo lo dijo de cuerpo entero, sus pezones durante el cigarrillo después del sexo. No la vi más, su Harley partía a la primera patada Y no le pedí nada, aún me quedaban cigarrillos. La Harley dobló en la esquina y no la vi nunca más.
Otro más hablaba (sé bien la fecha y la hora, y que había vacilado antes de decirlo) Y me dijo usted queda despedido. Un yuppie brasilero de apellido alemán lamiendo culos más altos en la empresa. Ni siquiera sabía mi nombre pero dijo: usted queda despedido por orden superior. Le dije ¿vos sabés mi nombre? Y repitió: por orden superior. Por orden superior. Se excusó para ir al baño, nunca más lo vi. En el parking de la empresa estaba mi auto y la llave del auto estaba en mi bolsillo y me fui sin tener mucho más que decir.
El psiquiatra me dijo que yo estaba deprimido El prospecto del prozac decía ten cuidado conmigo. Todos los del prozac le dicen a todos que los aman Le sale fácil decir te amo a un freakie converso por prozac. Todos estamos todo el tiempo diciendo. Como yo ahora. Rezos, puteadas, cuánto cuesta la más barata pésames fingidos, mensajes grabados en wassap.
Mi exposa (mucho antes) me dijo que no tenía buen sexo. Me dijo de una consulta con un sexólogo y fui. Ejercicios de tensión relajación. Confesiones: ¿Le confesaste a tu esposa que te masturbás? No, dije. Decíselo, me dijo. Okey dije. Mi auto estaba estacionado junto a la vereda, la llave en mi bolsillo, y me fui sin más que decir. Hasta el bar del barrio, pero él ya se había metido el frasco con cruz verde mucho antes. Me dije que le había costado menos. No tenía esposa ni hijos. Apenas lo que quedaba de su madre sorbiendo té amargo en la cocina y de su padre en el cementerio municipal. Eso me dije y doblé en redondo, para nada, en una esquina prohibida, según decía el cartel. Paro para nada, me dije, y detuve el auto. Sucio, así de frente al sol de la tarde, la mugre del parabrisas cegaba. Y no venía nada mal para que no vieran llorando solo a un hombre adulto. Después saqué de mi billetera la dirección del psiquiatra y arranqué. Desde un teléfono público avisé a mi esposa que llegaría tarde. Nos separamos tres meses después de empezar con el prozac. Ahora ha pasado mucho tiempo. El suficiente como para que yo aprendiera a escuchar. A mis hijos, a la mujer que amo, a mis amigos. El tiempo suficiente para escucharme a mí mismo. Un amigo escritor me dijo que si yo tenía algo que decir, lo dijera. Y si tenía algo para escribir, que me diera el gusto.
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