El hombre, el hacedor de las innumerables casas
Es mi mejor amigo. Somos, entrambos, los mejores amigos. Esperando morir el mismo día a la misma hora para no tener que velarnos en solitario, abstraídos en una soledad que nadie más entendería o podría compartir con el que de los dos quedara vivo. Él fue siempre el constructor de sus propias casas. El hombre fecundador y anidador de sus hijos, de su pareja. Con la misma rectitud de hombre que sus plomadas, con la misma destreza de espíritu que su muñeca rápida para vaciar el balde de pastón y aplicarlo sobre los ladrillos recientes, aún húmedos, ansiosos por devenir en soporte de la techumbre, del nido cobijador.
Hubo largos silencios entre nosotros, pero siempre sabiéndonos a distancia. Un pacto no dicho ni escrito. No fue necesario, siempre nos supimos.
A uno de sus primeros perros le puso de nombre Leal. Como hacerlo tocayo suyo. Hicimos, de poco más que adolescentes, un cándido swinging de noviecitas. Creo que los dos estábamos chequeando qué tipo de mujer nos estaba robando un trozo grande de nuestros corazones hasta ahí compartidos casi con exclusividad. Después retomamos nuestros puestos con las damiselas originales franeleando en sendos asientos de un Chevrolet 37. O 38, qué importa. Lo importante era que la calle tenía unas lamparitas de mierda, y por esos tiempos no nos preocupábamos por ladrones aprovechando la oscuridad, sino por franelear (Serrat, los españoles, dicen magrear) a dos manos.
Leal. Él era leal, lo tenía escrito como un pasacalles en la frente. Compró tantos alfajores de chocolate y cindor chocolatada que el kiosquero solía dejarlo atender el kiosco. Él es leal, lo tiene escrito como un pasacalles en los ojos.
Hoy por hoy va por su cuarta casa propia. En mi inventario debería incluir la que construyó para uno de sus hijos y parte de la de una cuñada. Seguro que me olvido de alguna más. Seguro ¿Que sería de un hombre como él con tiempos muertos, si lo tiene todo vivo dentro?
Yo soy hombre bolichero para ser crudamente sincero. Me atrapa lo turbio de los boliches El pastiche de hombres jugando billares de lunes a jueves, y los viernes por la noche el derroche de chicas prestas a las buenas billeteras y mejores coches mínimas minifaldas, tacos altos y rouge blusas con lentejuelas, parloteo la astucia de sus espadas más veloces que la de Scaramouche
Entonces él, el único hombre no hermano ni padre mío que amo y amé, compró una mesa de pool y veladamente me lo anunció. Como al pasar nomás. Tardé lo que un dura un rayo en el cielo para subirme al auto con mi taco de billar e irme a su casa. Él estaba seduciéndome sórdida y cariñosamente para abreviar uno de nuestros largos silencios breves, insignificantes en nuestra amistad. Él es leal y amoroso, la lisura de sus revoques es la tersura de su alma, la calma de su sonrisa contagia mi calma.
Ahora, mientras escribo esto, Freddy Mercury canta en mi reproductor “Todos necesitamos alguien a quien amar” La vida me lo consiguió hace mucho: el hacedor de nidos, de cariños, de lealtades. También la vida me consiguió una pequeña mujer a quien amar. Pero eso es otra historia.
Ahora estoy hablando de testosteronas, solo testosteronas, reunidas en un lugar exclusivamente masculino. Como un galpón inmenso con diez canchitas de fútbol siete, ciento cuarenta hombres jugando, ciento cuarenta esperando su turno alquilado. Van, patean, vuelven, traban. Hablan o se gritan en un idioma exclusivo, lacónico:
Tocála. Ojo que hay tres. Bajá Leo. Al aro, al aro. Bueeena Leo. Uh la puta madre. Más larga, estoy solo. Gol, tres iguales. No, cuatro tres. No hablés boludeces. Tres iguales. Cómo ataja este hijo e´pú. Juan, dále, son tres contra uno. Buena triangulación, ché.
Hombres solos por un rato, sin mujeres. Pura testosterona. Hombres cocinando pollo al disco, asados, lavando lechuga y tomates. Ya son las diez y media de la noche de un viernes, me tengo que ir, porque si no me atrapará el insomnio para escribir esto. Pienso en los ingleses y sus clubes exclusivamente masculinos. Asimov y sus cuentos del Club de las Viudas Negras. Pienso en mi amigo hacedor de casas, cosas, nidos. Antes de venirme a las canchitas de fútbol siete estuve con él y su esposa después de uno de nuestros no pactados pero previstos silencios. Su esposa es una compañera fiel. Yo tengo a mi lado, acá cerquita, a mi compañera fiel. Los mismos cuatro del Chevrolet 37 ó 38.
Idas y vueltas de la vida ¿No?
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