Elisa
—¿A quién buscas? —pregunté a la muchacha, como de unos veinte años.
—A la señora Juana Gutiérrez.
—No… no me suena. ¿Cómo es ella?
—La verdad, yo tampoco la conozco. —Se quedó pensativa, pobre. Sí, sí me dio lastima.
Traía un vestido azul, largo. Zapatos de plataforma descubiertos por delante y con broche a los lados. El lodo embarrado en sus tobillos morenos, morenos como su piel. Sus cabellos caían en caireles hasta sus hombros. Su boca roja y sus ojitos atigrados le daban un aspecto de cachorrita inocente.
Su voz me pareció muy limpia, muy clara, no era el tonillo gritón o chillón de las mujeres de por acá. No, ella más bien tenía un refinamiento que raro encontraba aquí.
—Ésta es la dirección que me dieron: Arca de Noé manzana 23 lote234, barrio Acuitlapilco, Ciudad Alegre.
Su voz… clarita, bien que la entendí; en una ocasión tuve que ir al centro, a un banco, a pagar o a recibir, ya ni me acuerdo, para qué sé yo. La señorita que me atendió, igual; tenía el mismo timbre de voz: "¿En qué puedo ayudarle?"
Ahora de nuevo tenía frente a mí a una persona tan educada, tan fina… Porque déjenme y les cuento: para mí, que solo trato con morras y gente de barriada sin más preparación que la que te da la vida diaria, hallar a una persona con tan buenos modales, pues no siempre; o más bien nunca.
Al final resulto que la mentada Juana Gutiérrez no era otra que la inmoral y sucia vecina de al lado. Me arrancó otro pedazo de lastima, pobre Elisa, ella tan bonita, tan distinguida; caer en garras de esos sapos satánicos.
Fue la vieja bruja la que abrió la puerta. Un tufo a caño le dio la desagradable bienvenida.
—¿A quiénes buscan? —Escupió las palabras.
—¡¡Buenas las tenga, doña!!
—¿Qué quieres, concha?
—No, pos yo nada; a usted es a quien buscan…
La vieja ladina se despertó de mal humor; bueno, ese es su estado natural, por algo todos la llaman bruja.
—¿Y tú qué buscas conmigo?
—Me manda mi mamá, la señora Esperanza Rico
—¿Es tu madre, la Esperanza?
—Sí, señora.
Al momento su cara cambió, apareció un brillo en sus irritados ojos, como si a su mente vinieran pasados recuerdos, y una sonrisa en sus labios cenizos.
—Le manda esta carta.
—A ver, a ver, presta de una buena vez…
Faltaba poco para el mediodía, el sol quemaba sin compasión todo cuanto tocaba, era uno de esos veranos secos, calientes, calientes, de polvaredas y poca sombra. Los perros a esa hora deambulan con el hocico babeante, los ojillos gachos, perdidos; una figura, lastimera, doliente, no sé por qué, nunca lo he averiguado, pero los perros asemejan a las propias personas del lugar.
[Justify] Fue aquí, en este lugar, donde vi por primera vez a Elisa. Conozco rebién a su madrina —pues resulto ser que la bruja llamada Juana, pues era su madrina—, una comadrona como de setenta años o mas; vive con el guevón de su hijo Pascual. Hay quien asegura que este par de libertinos son amasios y de seguro que no es falso, pues a él no se le conoce mujer. ¡Pues cómo no!, semejante sebudo de cincuenta años, prieto renegrido, y de pilón chaparro y hediondo… La única hembra que tendría en sus brazos, ¿quién mas si no su propia madre?
Yo no sabría hasta después de un tiempo por qué ella, tan fina, tan bonita, tan decente, llegó de muy lejos a estas tierras inhóspitas y llenas de miseria.
Cuando me enteré, comprendí por qué la pobre muchacha busco refugio aquí.
Continuara.
—A quien buscas? Le pregunte a la muchacha, como de 19 a 25 años.
—a la señora Juana Gutiérrez.
—no… no me suena. Como es ella?
—La verdad, yo tampoco la conozco— se quedo pensativa, pobre. Si, si me dio lastima.
Traía un vestido azul, largo. Zapatos de plataforma descubiertos de adelante y con broche a los lados. El lodo embarrado en sus tobillos morenos, morenos como su piel. Sus cabellos caían en caireles hasta sus hombros. Su boca roja y sus ojitos atigrados un aspecto de cachorrita inocente.
Su voz, me pareció muy limpia, muy clara, no era el tonillo gritón o chillón de las mujeres de por acá. No, ella más bien tenía un refinamiento que raro encontraba aquí.
—Esta es la dirección que me dieron: Arca de Noé manzana 23 lote234, barrio Acuitlapilco, Ciudad Alegre.
Su voz… clarita, bien que la entendí; en una ocasión tuve que ir al Centro a un banco, a pagar o a recibir, ya ni me acuerdo para que se yo; la señorita que me atendió, igual tenia el mismo timbre de voz: en que puedo ayudarle?
Ahora de nuevo tenia frente a mi a una persona tan educada, tan fina… por que déjenme les cuento, yo que solo trato con morras y gente de barriada, sin mas preparación que la que te da la vida diaria; hallar a una persona con tan buenos modales, pues no siempre o mas bien nunca.
Al final resulto ser, que la mentada Juana Gutiérrez, no fue otra que la inmoral y sucia vecina de a lado. Me arranco otro pedazo de lastima, pobre Elisa, ella tan bonita, tan distinguida; caer en garras de esos sapos satánicos.
Fue la vieja bruja la que abrió la puerta. Un tufo a caño le dio la desagradable bienvenida.
—A quienes buscan? Escupió las palabras.
—Buenas las tenga doña!!
—Que quieres Concha?
—No pos yo nada, a usted es a quien buscan…
Vieja ladina se despertó de mal humor; bueno ese es su estado natural, por algo todos le llaman bruja.
—Y tu que buscas conmigo?
—me manda mi mamá, la señora Esperanza Rico
—Es tu madre, la Esperanza?
—Si señora.
Al momento su cara cambio, un brillo en sus irritados ojos, como si a su mente vinieran pasados recuerdos una sonrisa apareció en sus labios cenizos.
—Le manda esta carta.
—a ver, a ver presta de una buena vez…
Faltaba poco para las doce del día, el sol quemaba sin compasión todo cuanto tocaba, serian esos veranos secos, calientes, calientes, polvaredas y poca sombra. Los perros a esa hora deambulan con el hocico babeante, los ojillos gachos, perdidos. Una figura, lastimera, doliente, no se por que, nunca lo he averiguado, pero los perros asemejan a las propias personas del lugar.
Continuará.
—¡Rápido, bájale los pantalones!
Una voz enronquecida sonó en los parpadeos de la incipiente noche; era el Toton. Ellos, sus compinches, sujetaban con fuerza a la indefensa mujer, que aún luchaba por escapar de sus captores; nada lograba hacer contra la bárbara determinación de esos seres poseídos y enfermos de maldad.
Ismael, apodado el Pelos, dio un jalón violento a la cintura de la infeliz; el vientre moreno quedó al descubierto.
—"Pa” su madre, ¡está buenísima, la vieja…!
—Que te calmes, pendeja… —¡¡Zas!! Un seco golpe se estrelló en pleno rostro de su víctima. De nuevo el Toton la golpeaba sin ningún asomo de misericordia.
La noche caía del cielo; en pequeñas gotas de agua, la lluvia lo mojaba todo, mientras los truenos a los lejos partían los gritos de dolor de Elisa.
Risas parecidas a voces de bestias malditas se mezclaron con el chipi-chipi tenue que nunca termina. Tirada boca abajo, mancillado el cuerpo, rota el alma; sus ojos lloran tanto que el mismo cielo oscuro comparte su pena y dolor.
El Jorge se incorpora de ultimar el cuerpo joven de mujer y se da cuenta de la llegada del vejete.
—Ahí viene el Don!— Apenas tiene tiempo de subir el cierre del maloliente pantalón; los demás hacen lo mismo. El Toton jala unas ramas en un absurdo intento de cubrir la evidente violación tumultuaria.
—¡Imbéciles!, ¿qué hicieron? ¡Bola de idiotas!
El Pelos observa al jefe de la banda, no entiende qué diablos pasa. Siguieron por más de dos horas a la mujer, desde que salió del taller de costura en donde trabaja, la interceptaron en el cruce de una avenida principal, aprovechando la soledad de las calles, conduciéndola hasta aquí en el carro de su cuñado, el Jorge… que como siempre fue el segundo en profanar las carnes de su victima, después del Toton, el jefe.
Después de esto, ellas, las violentadas, las ultrajadas, se convertían en seres marginales que eran utilizados cuantas veces estos malditos se les antojase… Por eso no comprendía qué hacia el Don allí. El Toton le hizo señas para que se aquietara, para que no hiciera nada.
—Este no fue el trato, ¡imbéciles!, se supone que yo sería el primero…
—Pues ahora será el segundo, o el quinto… jajaaa. —La carcajada del fulano rompió la tensión, sus otros compañeros se unieron a las risotadas de su jefe. El Don, que no era otro que Juan, el libidinoso supervisor del taller en donde laboraba tanto Elisa como él. Crispó los puños, pero se repuso cuando notó la fuerza de los jóvenes hampones.
—Ya chántala, mi jefecito, mejor gócese a la pinche mulatita, antes que le volvamos a dar pa dentro.
El mocetón se agachó y con las manazas rasgó la débil blusa, llevándose también el pequeño sostén beige. Juan babeó, al contemplar los desnudos senos de la empleada; sus regordetas manitas los buscaban, ansiosas… El Toton al momento las retiró.
—El resto, ¡mi buen! Afloja y todo esto será tuyo, solo tuyo. —Y volvieron a reír escandalosamente.
Juan se dio cuenta de que no le convenía decir más, tenía las de perder, con esos tipos no se juega y no quiso más riesgos. Se buscó en las bolsas de su camisa un sobre amarillo y se lo dio al pandillero. Por fin el Pelos se sintió recompensado, ese era el trabajito que les deportaría un buen billete y hasta con propina; la propina fue la pobre Elisa.
—Toda suya, Don, toda suya… ¿Le echamos la mano o puede solo?
—¿Se la abrimos de patas o usted solito...?. — De nuevo esas salvajes risotadas que retumbaban en todas partes y que nadie escuchaba… o que más bien ignoraban por miedo.
Elisa, en la semiinconsciencia de la barbarie, era un mar de sentires. De golpe recordó el remolino que era su vida: la pobreza, la miseria, sus muchos sueños, su madre, los amores que tardan en llegar… ¿Y mañana? Qué sucedía con el mañana, iría a trabajar? No le dolía tanto el cuerpo como la mente, estallada; oía sin escuchar las voces de afuera. Las uñas rotas, pensó, ¿cómo se las arreglaría mañana…? ¿Mañana?
Continuará...
Mario a.
gracias panchito, ya ves, trato de hacer caricaturas de mi mundo subreal, una vez mas, gracias, espero tus impresiones...