Espero que tengan un lindo año, les saluda, Cenicynthia.
“Los Muros Escritos”
Fue una mañana en la que mi padre me pidió, entregar unos manuales a la señora Adela Matías. Como yo era la única que tenía carro, pensó que lo haría a la brevedad posible. Urgía su entrega. Así, que me fui a la dirección indicada y una vez allí dilaté solo unos minutos en encontrar su casa, estacionar el coche y bajar hasta llegar al portón.
Buscaba el timbre para llamar a la puerta y no lo encontraba. Me asomé dentro de un pequeño local junto a la puerta principal para ver si veía a alguien. Era un cuarto en donde guardaban material para construcción, un poco sucio y desordenado, y por puerta, solo tenía un pedazo de tabla recargada. Como no encontré ningún timbre, toqué insistentemente el portón principal de madera con la llave del auto. Hizo un sonido sordo, yo esperaba que con eso fuera suficiente para que me escucharan y atendieran.
Esperé unos momentos; pero había algo inusual en ese cuartucho de al lado que me llamaba la atención. Mientras esperaba a que me abrieran, volví a asomarme, estaba oscuro y en efecto, tenía vigas de madera como las que se utilizan en la construcción, costales de cemento, varillas. También vi un colchón sucio tirado en el piso, bolsas de papel con restos de comida, y ropa sucia en desorden, no había nadie.
La poca luz que se filtraba dentro del cuarto, me dejó ver los muros. Muros alisados con yeso; escritos. No entendí qué decían, pero del techo al piso, de esquina a esquina, estaban llenos de palabras, escritas la mayoría con tinta negra. Estaba absorta mirando eso, cuando reaccioné al oír que el portón principal por fin se abría. Corrí a la entrada y poniendo mi mejor cara, saludé.
La señora Adela me miró amable y agradeció que me hubiera tomado el tiempo para hacerle la entrega de los tan esperados manuales, nos despedimos y me retiré.
De regreso en el camino, me quedé pensando en lo que había visto: “muros escritos”.
Una semana después, la señora Adela necesitaba que se le entregaran ahora, unos catálogos de la imprenta de mi padre. Cuando oí eso, yo levanté rápidamente la mano, ofreciéndome a llevarle los paquetes. Aunque el entregar los paquetes no era importante para mí; era la curiosidad de volver a ver esos muros.
Esta vez me preparía; llevaría una linterna para alumbrar el interior y tratar de ver lo que decían las paredes. Llegué sin ninguna dificultad, estacioné mi auto y tomé el paquete de los catálogos en una mano y en la otra cargaba la lámpara.
Como era muy temprano, la calle estaba completamente vacía, me acerqué primero a la entrada de tabla de madera y antes de tocar el portón principal con la llave de mi auto, encendí la linterna y eché un vistazo dentro del cuartito.
Yo me preguntaba: ¿Pero quién rayos se dio a la tarea de escribir desde el techo hasta el piso?, ¿Cómo lo hizo?, ¿Por qué?, ¡Qué trabajo! Y con casi medio cuerpo dentro del cuarto, leí:
“Los ángeles bajaron hoy. Yo estaba tristísimo, no encontré mi alma en todo el día y regresé cansado sin respuestas; y los vi. Bajaron, entraron, me abrazaron y besaron la cabeza. Ya había olvidado lo bien que se siente un abrazo, un beso; pero hoy lo recordé. Quisiera que vinieran siempre, pero estoy aquí solo, muy solo…”
Cuando llegué a esa parte, oí y vi, que algo se movía en el piso. Descubrí asustada que era un hombre sucio y barbón, que despertaba en ese momento con la irrupción impertinente de la luz de mi linterna. Yo me espanté muchísimo, tanto, que solté la lamparilla dentro del cuarto, salté hacia atrás y dejé escapar un breve grito de mi garganta. Di otro paso atrás para ponerme a salvo y en eso, se abrió el portón principal, era la señora Adela sonriéndome tranquila.
—Bu-buenos días —le dije tratando de controlarme.
—Buen día chiquita…
—Le traje sus nuevos catálogos señora.
—Sí, ya veo, muchas gracias… ¿Pasa algo? —dijo notando mi nerviosismo.
—E-es que, me asusté —dije señalando el cuartito. Ella rápidamente caminó hasta la puerta de tabla de madera y la golpeó con fuerza, diciendo con autoridad en su voz:
—¿Qué te pasa he?, ¿Porque asustas a mi amiga? —no recibió respuesta; luego dirigiéndose a mí, me dijo tranquilamente: no te asustes, es mi hermano, es un indigente y a veces duerme ahí, pero se porta bien. —Yo estaba más espantada escuchando eso.
—Ya me voy señora.
—Gracias linda, y perdón por si te asustó ese patán… —nos despedimos, ella entró a su casa cerrando el portón tras de si, yo caminaba hacia el coche cuando escuché un corto silbidito.
Era el “hermano” que sacaba la mano por encima de la tabla de madera entregándome la linterna. Solo la mano; una mano negra de mugre percudida y uñas sucias y descuidadas.
Esperó quietamente a que yo regresara y la tomara. Así lo hice. Tenía
tanto miedo que ni las gracias le di.
Regresé a tomarla, solo porque la linterna no era mía y tenía que
devolverla.
Ya en el carro más tranquila, pensaba en las palabras de la señora Adela: “mi hermano”. ¿Cómo un hermano suyo… “indigente”?, no lo podía creer.
Ella se veía educada, limpia, su casa bonita, en una elegante colonia… y su hermano un sucio y mal oliente indigente.
Dos semanas después, otra vez mi papá me volvió a pedir que por favor regresara a la casa de la señora Adela a entregarle un paquete más. Al principio me negué, pero él me convenció.
Y ahí iba yo, pensando en el indigente, en la señora Adela, en las paredes escritas, en lo que había leído.
Llegué al portón de madera y sin asomarme al cuartito toqué con mis llaves el portón. No salió nadie, al parecer no había nadie en casa. Me quedé por un momento de pie esperando sin pensar en nada. Luego, como si me llamaran desde el cuartito con una voz inaudible, me fui acercando cuidadosamente. Un paso, otro, otro más. Hasta que llegué a la puerta de la tabla de madera. Revisé que no estuviera el hermano acostado en el sucio colchón; no estaba, tampoco había nadie. Toqué en la tabla solo para cerciorarme. No obtuve respuesta alguna.
Corrí al carro para sacar la lámpara que no había devuelto y cargaba en la guantera, regresé al cuartucho, la encendí y comencé a leer en otra parte del muro donde la tinta parecía de color café:
“Anoche escuché otra vez las voces. Voces insistentes gritando todo tipo de cosas dentro de mi cabeza, yo me tapaba los oídos para no escuchar. El delirio hizo que me golpeara contra el muro y con mi sangre escribo en esta ocasión. Quise lanzarme desde el puente, pero no había puente, el sol o la luna no supe qué era, me perseguía. El cielo se revolvía en tonos naranja y morado, formando largas extensiones que intentaban atraparme revolviendo mi cabeza con las voces. El puente a mis pies se desmoronó, formando pájaros negros de los tablones, que volaban atravesando los renglones de colores del cielo; estoy asustado, las voces me animan a saltar, otras me lo impiden. Me abrazo al colchón… estoy en casa, “en casa”, estoy bien, los pájaros han terminado de salir de mi cuarto, estoy cansado…”
Al terminar de leer esa parte, escuché unos pasos acercarse por la calle. Era la señora Adela que en ese momento me saludó:
—Buen día linda, ¡Qué temprano llegaste hoy!, solo salí a comprar unos tamalitos, ¿Me acompañas a desayunar?
—Buen día señora Adela, gracias, pero no puedo, tengo que regresar.
—Por favor chiquita, quédate un ratito… solo un momento, ¿Cómo te llamas?
—Karen, señora. —Se me presentaba la oportunidad de hablar con ella y saber algo más de lo que tanto me inquietaba. Accedería.
—¿Me acompañas Karen?, por favor…
—Está bien señora, gracias.
Entramos a su casa ordenada y espaciosa, muchas plantas la
adornaban. Nos sentamos en la mesa del desayunador, una tetera con café humeaba caliente. Sirvió dos tazas y puso un tamal sin hojas en mi plato.
—¡Buen provecho! —me dijo sonriente.
—Gracias.
—Veo que te llama la atención el cuarto de mi hermano.
—Así es, ¿Por qué escribe en las paredes?, ¿No sería mejor hacerlo en un cuaderno?
—No, porque se lo come o lo vende. Él es esquizofrénico ¿Sabes?, y está muy mal.
—¿Pero por qué no lo ayudan?
—No se deja. A veces se comporta muy agresivo si se le insiste. Desde chico empezó a estar mal y luego con las drogas se puso peor. Cuando vivían nuestros padres, ellos hicieron todo lo posible por convencerlo de que se atendiera. Pero no quiso y escapó de la casa. Tiene más de 15 años viviendo así. Hace uno regresó, y un buen día lo encontré viviendo en donde guardo el material de construcción de la casa; estoy remodelando el patio ¿Sabes?, no me pidió permiso, solo trajo su colchón y ahí duerme algunas veces. Le he pedido que se bañe en el patio en la coladera, pues está tan sucio que infectaría mi baño si lo hiciera pasar. Solo una vez accedió después de mucho rogarle. Le puse unas cubetas con agua caliente, una palangana con jabón en polvo, un zacate de ixtle, una toalla y ropa limpia para cambiarse. También le dejé unas tijeras y un espejo, para que se cortara un poco el pelo y las barbas. Lo intentó.
Yo lo observaba escondida, desde dentro de la casa. Creo que ya había olvidado cómo hacerlo. Hizo un tiradero de todo. Al final cuando se fue medio bañado, tuve que echar insecticida en todo el patio por la cantidad de piojos y “pipes” que había dejado en el suelo. Luego en un rincón del patio, quemé la ropa y el pelo que se había quitado. Me duele mucho mi hermano, no sé cómo pudo llegar a eso.
Más tarde regresó casi desnudo, había vendido la ropa y los zapatos que le di. Llegó a vestirse con la ropa sucia que guarda debajo de su colchón.
—Pero escribe muy bien, sus escritos tienen una belleza interesante. ¿Qué va a hacer con ellos?
—¡Nada!, no puedo hacer nada con ellos, solo son… los escritos de un loco… ¡Es la verdad!, le he comprado muchas plumas, algunas las vende o las cambia por cigarrillos; pero se las vuelvo a comprar porque prefiero que se entretenga aquí, a que ande dando penas en la calle. Cuando le doy de comer, tengo que cerciorarme de que se lo coma él, porque si no, se va y la vende.
—¡Vaya que sí es un problema! —terminamos de desayunar.
—Te voy a enseñar un escrito que me gustó, ven acompáñame. Aprovechemos que no esta en casa para entrar a su cuarto. —Yo la seguí hasta el cuartito y entramos. El olor a suciedad y orines rancios impregnaba el lugar. Ella se tapó la nariz con la orilla de su suéter, yo hice lo mismo con mi playera— Mira ahí está, léelo:
“La cosa, de la cosa me sigue. He subido hasta una nube azul para escapar de ella. La cosa, de la cosa se ha subido en una nube blanca para seguirme pero yo le llevo ventaja. Ya llegué a la esquina de mi cuarto, le voy ganando. Mi hermana le arroja chorros de arco iris con una manguera para derribarla pero no quiero. Quiero que me siga, me gusta este juego. La cosa, de la cosa es torpe, tropieza y cae, y me hace reír a carcajadas, a mi hermana también. Mis padres han oído mi risa y han salido desde la otra esquina del cuarto para ver que pasa. Estoy muy contento, mis risotadas lo alegran todo, mi colchón ríe, la tabla de la puerta ríe, mis zapatos ríen y aún escucho reír a la calle y los árboles que están afuera agitando sus hojas de emoción, ríen también. ¡Qué felicidad!, ¡Estoy que muero de risa!, ¡Cómo me gustaría morirme hoy!, ¿Cómo no escribir todo esto?, me río al escribir, ja, ja, ja... ja, ja, ja…”
Salimos del apestoso cuarto.
—Ese escrito es muy divertido. Pero ya tengo que irme, le agradezco el rico desayuno señora Adela.
—Me ha dado mucho gusto que me acompañaras y hayas escuchado a esta solitaria mujer. —Nos despedimos y me fui.
Dos semanas más tarde me pidieron llevar un paquete de catálogos
a la señora Adela. Mi padre prometió que sería el último, que ya no tendría que regresar. Accedí a hacer la entrega.
Cuando bajé del coche corrí a asomarme al cuarto de los muros escritos.
Encontré que ya habían colocado una puerta de metal y cristales en la entrada. Me asomé al interior por los cristales y observé que el cuarto estaba vacío, limpio y pintado de color azul pálido, casi blanco. En el centro había una máquina para hacer duplicados de llaves de cerradura, y no se veía a nadie dentro. Toqué el portón principal y salió a atenderme una mujer mayor.
—¿La señora Aurora? —pregunté.
—No se encuentra en casa, llegará más tarde. ¿Quiere regresar después?, o si quiere yo le puedo dar su recado.
—Gracias señora, solo vengo a entregarle estos catálogos y que le envía saludos Karen.
—Está bien, yo se lo entrego y le digo. ¿Algo más, jovencita?
—No señora, es todo gracias. —Estaba a punto de irme pero recordé que mi papá me dijo, que sería la última vez que iría. Así que me animé a preguntarle a la anciana: disculpe… ¿Qué pasó con su hermano el que vivía aquí al lado? —dije señalando con el dedo índice el nuevo local.
—Se lo llevaron al Hospital Psiquiátrico, por eso ella no esta aquí. Está arreglando el papeleo del ingreso, lleva varios días en eso.
Me despedí agradeciéndole la información.
Ya de regreso en el camino a casa, pensaba en que se perdieron para siempre todos los interesantes escritos de las paredes. Seguía sorprendida, ¡Era increíble!, las paredes hablaban, contaban historias fantásticas. Todas las historias fueron tapadas por capas de pintura azul. ¿Qué pensaría el “hermano” de que todo su trabajo se hubiera perdido?, ¿Tendrá oportunidad de escribir en las paredes del hospital?, ¿Volverá a salir algún día?
Nunca regresé con la señora Adela a preguntar más. Solo me queda
un nostálgico recuerdo del pequeño cuarto de yeso… con los muros escritos.
fin