Encuentro esperado
— ¡Máximo!
—Mujer, mujer... Luces divina.
— ¿Te gusta? Me vestí especialmente para ti. Como cada año lo hago. A veces piensan que estoy loca de remate. No me importa, sé lo que sé y basta para mí.
—Escuché que pagaste la deuda que te dejé…
—Gracias a eso logré consolidar tu empresa.
—Ya no es mía. Es tuya.
— ¿De quién crees que soy yo? ¡De ti, siempre de ti!
—Mujer, mujer... ¿Cuántas veces te he repetido que deseches mi recuerdo, que aceptes a uno de los tantos que te pretenden? Eres joven hermosa e inteligente.
—Sabes que de hacerlo, tú te diluirías en el pasado. Y eso no quiero. En todos estos años me has aconsejado, me has dirigido; me has apoyado y fortalecido para seguir adelante. Te amo y tú me amas, lo sé muy bien.
—No imaginas cuánto. ¿Y los niños? Que ya no lo son tanto.
—Andrea se nos casa. Hace poco vinieron los papás de su prometido a pedírmela en mano.
— ¡Qué alegría!
—En tu nombre y el mío, acepté su casamiento para mediados de noviembre, antes de Navidad.
— ¿Y Sam, Marín y la pequeña Karmina?
—Todo bien. Marín apenas entra a secundaria. Sam tal vez sea el próximo casadero. Y Karmina está de un genio… propio de su edad.
— ¿Te mortifican?
—No. ¡Como crees! Se parecen a ti. Siempre fuiste un niño malcriado y berrinchudo. Siempre fuiste adorable; te quiero tanto...
—Mujer, ¿hasta cuándo me harás caso? Sigue al amor, encuentra a alguien que te acompañe en estos años que vienen. Los hijos irremediable se irán. No quiero que te quedes sola.
—No, eso no. Tú nunca me abandonarás.
—No controlo mi destino. Y lo sabes, de no ser porque en ese día, confundido en la algarabía del licor y el baile, se acercó mi benefactor, no estaría aquí contigo. Ni este día ni otro.
— ¡Ja ja ja! Es cierto…
—Déjame vivir en los muchachos y en ti. Y sé feliz con quien tú quieras.
— ¿Tú así lo quieres?
El silencio entre ambos se filtraba en el alma invisible de Máximo y la figura dulce de Sabela. Ella permanecía sentada en la mullida cama, mirando de vez en vez a la luna que se filtraba por el balcón abierto. Él, de pie, contemplaba a la que en vida fue su esposa, que a pesar de los años mantenía su belleza más intensa, más sensual. Cualquier hombre seria dichoso con ella, como el lo fue. Hasta el último día de su existencia.
Como un soplo del viento, rompió el mutis Máximo:
—Mujer, ve con ellos. Que yo siempre estaré con ustedes.
— ¡Prométemelo! ¿Nunca me abandonarás?
—Nunca lo he hecho, no tengo por qué. Pero sabes que no soy yo quien decide mi retorno, cada vez más postergado. Por eso te pido que me dejes vivir solo en tu pensamiento.
—Soy feliz, muy dichosa a tu lado. Me siento protegida en tu sombra.
—Tengo que irme, vete ya.
—Bien, me iré. Cuídate Máximo, que Dios te bendiga…
— ¡Gracias mujer! Que Dios te bendiga a ti y a mis hijos. Como en todos estos años de ausencia.
Sabela apagó la luz y cerró la puerta. En el salón la esperaban sus amigos y familiares. Sonriendo a todos, guardaba en sus labios un beso invisible de su esposo.
Fin
1 diciembre 2010 a las 3 am
este fue un regalo de navidad para Prosófagos... aquí lo traigo por simple capricho de recordarlo.
mario a.